viernes, 7 de febrero de 2014

SUCEDIÓ UNA VEZ

SUCEDIÓ UNA VEZ (1935)
Gregory LaCava


“She Married Her Boss”. Una producción de Gregory La Cava para Columbia Pictures.  Director: Gregory La Cava. Guión: Sidney Buchman. Argumento: Thyra Samter Winslow. Fotografía: Leon Shamroy. Montaje: Richard Cahoon. Música: Louis Silvers.  Dirección artística: Stephen Goosson Intérpretes: Claudette Colbert, Melvyn Douglas, Michael Bartlett, Raymond Walburn, Jean Dixon, Katharine Alexander, Edith Fellows, Clara Kimball Young, Charles Arnt.  1935. 85 ms. ByN.


En 1934, Sucedió una Noche consiguió un éxito arrollador, obteniendo por primera vez en la historia los cinco premios oscars principales (película, director, actor, actriz y guion original) y permitiendo a la Columbia Pictures equipararse a las grandes productoras de Hollywood (la Columbia había venido siendo hasta entonces un estudio de segunda fila). Su director, Frank Capra, inició con este título su periodo dorado, con una larga serie de obras maestras realizadas en práctica sucesión hasta 1942, año en que se alistó a las fuerzas armadas. Y Claudette Colbert se reveló como una magnífica actriz de comedia, participando en otros títulos como Lirio Dorado (“The Golded Lily”; Wesley Ruggles. 1935), Medianoche (“Midnight”, Mitchell Leissen,1939), Un marido Rico (“The Palm Beach Story, Preston Sturges, 1942) o “El Huevo y Yo” (The egg and I, Chester Erskine, 1947). Citando a la Enciclopedia del Cine de la Editorial Sarpe: “El público iba a ver los vestidos de la Colbert, el tipo de la Colbert y la sonrisa de la Colbert; iba a ver a la Colbert triste y a la Colbert divertida. El público tenía mucho menos interés de juzagar a la Colbert que en divertirse con la familiar y querida personalidad de la Colbert”. En consecuencia, la Columbia se apresuró a lanzar un nuevo título al mercado que le permitiera rentabilizar la popularidad de la actriz: “She Married her Boss”, que en España fue titulada “Sucedió una Vez” con la intención de acentuar su parecido con la película de Frank Capra.


El director de “Sucedió una Vez, Gregory La Cava es uno de los grandes olvidados del cine clásico de Hollywood, en parte debido a sus frecuentes borracheras (es uno de los grandes alcohólicos de Hollywood, junto a Errol Flynn, John Barrymore y W.C. Fields) y en parte, por su manía de improvisar y reescribir el guión a medida que se rodaba la película (los productores no podían confiar en él). Inició su carrera como gagman y animador (en cortometrajes de Krazy Kat) y destacó como director de los mejores títulos mudos del cómico W.C. Fields (que pese a su tradicional misantropía, consideraba a La Cava como uno de los grandes talentos cómicos del mundo del espectáculo). Entrado el sonoro, realizó un notable melodrama: “Simphony of Six Millions”, recordado por ser uno de los mejores reflejos de lo que era la vida en los barrios de inmigrantes a primeros de siglo, y con la peculiaridad de centrarse en una familia judía de clase baja, luchando porque sus hijos lograsen el sueño de triunfar en la tierra de promisión a base de trabajo duro. También se recuerda su curiosa fantasía fascista “Gabriel over the White House” (un encargo de Hearst manipulado por Louis B. Mayer) que puede ser considerada fácilmente como su obra más lograda desde un punto de vista estrictamente visual.

Claudette Colbert: secretaria eficiente y trabajadora compulsiva… que al final entiende que lo más importante es formar una familia. (La adicción al trabajo de los personajes principales es la "excusa" que utilizan para disimular sus carencias afectivas.) 

En muchas de las películas de La Cava hay al menos una escena de diálogos entre el protagonista y un amigo (quizás insertos del estudio incorporados en la fase de montaje) donde se explicitan las motivaciones de los caracteres o el argumento central del film. Aquí, la Colbert es seducida con un trabajo en París. <París en primavera>, suspira antes de negar la oferta, porque ¿cómo va a marcharse a París, si su “primavera” está en la puerta de al lado de la oficina?...

El estilo de La cava ha sido a menudo calificado como inaprensible y funcional. Estudiosos como Miguel Marías lo comparan con el de Leo Mc Carey, en el sentido de considerar que no existen elementos visuales, de composición, ritmo o montaje que permitan distinguir una autoría en sus películas. Evidentemente, hay diferencias entre estos realizadores. Ambos proceden del slapstick mudo, pero mientras las películas de Mc Carey incluyen pequeñas set pieces, sketches cómicos que avanzan mediante la reiteración de determinados elementos cómicos que progresan hasta un clímax final, en Gregory La Cava abundan los gags verbales y las escenas corales, donde el humor parece consustancial a la caracterización de los protagonistas pero carece de una progresión narrativa; ayudan a describir una situación o desarrollar una caracterización, pero sin apenas incidencia argumental. Se puede decir que Mc Carey cuenta historias, mientras que en La Cava lo importante son los personajes.

 No todos contemplan a la colbert con el mismo rigor profesional que su jefe, y aunque Melvyn Douglas se muestre inmune a sus encantos, es evidente que otros hombres no piensan igual

Otra peculiaridad que distingue a las películas de La Cava es su aparente anarquía, a la que ayuda precisamente el carácter coral de la narración, así como los cambios aparentes de tono: el drama y la comedia se suceden indistintamente, a veces de la mano, sin énfasis ni cambios de ritmo en la planificación o montaje, e incluso independientemente de la clásica estructura en tres actos consustancial del cine clásico de Hollywood (el drama no se corresponde con un “punto de giro” en cada acto). No es extraño que bajo la aparente ligereza de sus películas encontremos un subtexto amargo, o que introduzca comentarios sociales y políticos de sorprendente prevalencia en la actualidad: la depresión económica y el drama del empleo en “Bed of Roses” o Al Servicio de las Damas”, el peligro del periodismo sensacionalista y la manipulación de los lectores en “Big News” , las analogías entre el timo y el mundo del espectáculo en “The Half-Naked Truth”, el fascismo como solución (?) a un sistema político corrupto (sic) en “Gabriel over the White House”, o los conflictos provocados por las enfermedades mentales en “Mundos Privados”. Películas extrañas que oscilan entre la levedad y la trascendencia, sin aparentes pretensiones, pero que son a menudo mostradas con una inteligencia diáfana, que se impone al material de base que las articula.

 Una larga jornada en el trabajo se encadena con una invitación a cenar

“Sucedió una vez” no está exenta de estas preocupaciones. Aunque nos encontremos ante una screwball, la típica comedia loca de la época con su familia de millonarios excéntricos y el inefable mayordomo como contrapunto cómico, se advierte un claro discurso feminista en su reivindicación del papel de la mujer trabajadora y su importancia como nexo familiar. Las excentricidades de la familia no son mera excusa para una sucesión de gags: la hija única de Melvin Douglas sufre por vivir en un hogar desestructurado con un padre permanentemente ausente. Y el personaje de Melvin Douglas tampoco es el típico galán: el trabajo se ha convertido en el sustituto de una vida personal inexistente, marcada por la amargura y la contrariedad de un viejo amor frustrado. 

 Durante una reunión de negocios en el hogar familiar de Melvin Douglas, la Colbert sorprende a este tratando con igual eficiencia y rigor a sus familiares y empleados. Tras propinar una buena tunda a su consentida hija, Douglas no puede menos que exclamar: “La mejor música que he escuchado en esta casa en meses”.

Un rasgo distintivo de “Sucedió una vez” (y de otros muchos títulos de La Cava) consiste en no cerrar todos los conflictos: la hermana neurótica de Melvyin Douglas, por ejemplo, no encuentra una salida a su situación, ni el realizador tiene interés alguno por unir su suerte a la del tercero en discordia interpretado por Michael Bartlet (que no deja de ser un comparsa que la Colbert utiliza para liberar su creciente frustración). Hay cosas que no tienen solución, parece indicar La Cava, del mismo modo que en “Primrose Path” la moral no resulta triunfante ni se impone a la continuidad del negocio familiar (la prostitución), o que en “Damas del Teatro” las relaciones sentimentales de las aspirantes a actrices apenas tengan trascendencia en la trama. Los rasgos acomodaticios de otros films de la etapa de decadencia de la Cava (como “La chica de la Quinta Avenida”, una evidente variación del mismo argumento) no tienen cabida en este film. La evolución de los personajes principales marca el devenir de la acción, y cualquier otro aspecto no consustancial es aparcado a un lado, con una honestidad que más de un espectador puede confundir con mero desinterés.

 Los ingeniosos diálogos de Buchman resultan aún más divertidos con las cosas que se omiten que con lo que se dice abiertamente:  <Lo que quiero decirle… Ehhh…>

Haciendo recapitulación de las comentarios vertidos sobre esta película, resulta cuanto menos sorprendente advertir cómo los crítica y los historiadores de cine oscilan entre dos puntos de vista aparentemente incompatibles: mientras en muchas enciclopedias de cine apenas si le dedican un pie de página y críticos como Leonard Matlin (uno de los grandes exégetas del Cine de Estudio) la consideran como una obra menor, de escaso interés, otros como Danny Peary o Stephen Scheuer opinan que es una de las cimas del director. No tan perfecta como “Damas del Teatro” ni tan rabiosamente entretenida como “Al Servicio de las Damas”. Pero sí una de sus obras más equilibradas y redondas, con uno de los mejores estudios de personajes… por parte de un director cuyas películas se caracterizan principalmente por esta cualidad. Una obra donde se conjugan percepción, sensibilidad (que no sentimentalismo) y contenido, con una estructura tremendamente eficaz (a cargo del sensacional guionista Sidney Bucham); con grandes escenas (como la del escaparate) y un puñado de notables interpretaciones, en especial, de la niña interpretada por Edith Fellows, tratada con un raro realismo en una época plagada de retratos estereotipados a cargo de niños actores demasiado conscientes de estar actuando.

 Una variante de la ancestral costumbre de entrar a la novia en brazos en su nuevo hogar. En esta ocasión, con la ayuda del mayordomo.

El desarrollo de la película tiene lugar en tres actos: en el primero, el personaje de Claudette Colbert demuestra ser igual de eficiente en el ámbito familiar como en el trabajo, despidiendo a dos de los criados de Melvyn Douglas  y ordenando la compra de un nuevo coche familiar en lugar del antiguo (que gastaba demasiada gasolina); y concluye con la pareja concertando matrimonio.

 La primera noche juntos. ¡Menudo fiasco!

Durante el segundo acto, Claudette Colbert tiene que lidiar con su neurótica cuñada y la muy consentida hija de Douglas (fruto de un fallido matrimonio anterior), para finalmente comprobar que el único elemento incapaz de controlar es su propio marido, inmune a sus encantos y siempre absorto por el trabajo (su “contrato” nupcial no incluye “tonterías románticas de adolescentes”, y se reserva al puro ámbito doméstico). Tras este punto de giro, la Colbert reanuda sus labores de gestión en la empresa, hasta que agotada se permite una desesperada juerga con un playboy local, con el que ha trabado amistad.


 La niña consentida sufre por la ausencia de unos padres indiferentes, deseosos de olvidar todo recuerdo de su antigua relación. Pero su nueva madrastra sabe educarla con inteligencia, sensibilidad… y ocasionales dosis de “mano dura”.

 <Ese matrimonio no podía durar. Te dábamos unas pocas semanas.>

Los intentos de seducción de la colbertt resultan del todo punto infructuosos. ¡Su marido es un carámbano!

La secuencia en el escaparate es una de las mejores escenas elusivas de la filmografía del director y fue objeto de múltiples alabanzas durante el estreno de la película. Tras emborracharse junto al playboy que interpreta Michael Bartlet, la Colbert decide hacer frente a sus frustraciones familiares echando en cara a cada uno de los maniquíes del escaparate de la tienda (los cuales representan una típica familia americana) los secretos y mentiras que acechan alrededor de su propia vida familiar. La mezcla de comicidad y patetismo que salpican al film alcanzan en esta escena una suerte de climax, a medida que las miserias de cada miembro del clan familiar son puestas finalmente al descubierto: ¿Cómo te gustaría pasar tu vida en una habitación así?”, se pregunta. “Los muebles están bien, pero los maniquís no.”

 <La abuela lo ve todo… pero no sabe nada.>

Tras esta escena, ya entrados en el tercer acto de la narración, se produce la separación del matrimonio, propiciada por los inconfesados celos de Douglas. Tras una (otra!) memorable borrachera con el mayordomo, y ante la inminente amenaza de divorcio, Douglas se sacude las inhibiciones y decide recuperar a su esposa.

 Los periódicos se han hecho eco de su presunta “infidelidad”.

 <¿Piensas que estoy haciendo el tonto?> < No me pagan para pensar, señor.>

El esquema de la película consiste por tanto en el clásico desarrollo en tres actos bajo el esquema “chico conoce chica – chico pierde chica – chico recupera chica”, habitual en tantas películas románticas de este periodo, con una duración de tan sólo 75 minutos, plenos de ritmo y concisión. 

 Hasta la la niña acaba cogiéndole cariño: <Papá no entiende nada de mujeres>

Lo que hace destacar este film sobre otras comedias románticas del periodo es la riqueza y veracidad de los personajes principales. Además, la caracterización de los personajes y su arco argumental están plenamente integrados en la narración, que se estructura alrededor de una serie de motivos muy básicos que se repiten una y otra vez con ligeras variaciones pero con diferente sentido. Los sentimientos de la Colbert por su jefe se ponen de manifiesto con la referencia a “París en primavera”. La relación entre la Colbert y su pupila se identifica con el piano de juguete que aquella le regala. Un escaparate con ridículos maniquíes dispuesto en un entorno familiar decimonónico sirve de metáfora para la vida matrimonial que hasta entonces han llevado los Barclay. Y el alcohol sirve siempre de elemento desinhibidor que ayuda a avanzar la acción.

Decidido a recuperarla, aún a punta de pistola.  (Como diría Mae West: <¿Eso que llevas en el bolsillo es una pisstola o es que te alegras de verme?>)

La conclusión del film es algo precipitada, pero el ambiguo final feliz no incurre en una nota en falso y produce una sorprendente sensación de libertad: Melvyn Douglas y Claudette Colbert deciden romper los escaparates de su cadena de establecimientos, acabando con el maleficio del nombre familiar. Lanzando ladrillos contra el reflejo de su hipócrita respetabilidad, exorcizan sus propios demonios y establecen las bases sobre las que sentar una nueva relación entre iguales. Una conclusión honesta para una comedia diferente, con muchas más aristas de las que pudiera parecer en un primer vistazo.


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