SUCEDIÓ UNA VEZ (1935)
Gregory LaCava
“She Married Her Boss”. Una
producción de Gregory La Cava para Columbia Pictures. Director: Gregory La Cava. Guión: Sidney
Buchman. Argumento: Thyra Samter Winslow. Fotografía: Leon Shamroy. Montaje:
Richard Cahoon. Música:
Louis Silvers. Dirección artística:
Stephen Goosson Intérpretes: Claudette Colbert, Melvyn Douglas, Michael
Bartlett, Raymond Walburn, Jean Dixon, Katharine Alexander, Edith Fellows,
Clara Kimball Young, Charles Arnt. 1935. 85 ms. ByN.
En 1934, Sucedió una Noche consiguió
un éxito arrollador, obteniendo por primera vez en la historia los cinco
premios oscars principales (película, director, actor, actriz y guion original)
y permitiendo a la Columbia Pictures equipararse a las grandes productoras de
Hollywood (la Columbia había venido siendo hasta entonces un estudio de segunda
fila). Su director, Frank Capra, inició con este título su periodo dorado, con
una larga serie de obras maestras realizadas en práctica sucesión hasta 1942,
año en que se alistó a las fuerzas armadas. Y Claudette Colbert se reveló como
una magnífica actriz de comedia, participando en otros títulos como Lirio
Dorado (“The Golded Lily”; Wesley Ruggles. 1935), Medianoche (“Midnight”, Mitchell Leissen,1939), Un marido Rico
(“The Palm Beach Story, Preston Sturges, 1942) o “El Huevo y Yo” (The egg and
I, Chester Erskine, 1947). Citando a la Enciclopedia del Cine de la
Editorial Sarpe: “El público iba a ver
los vestidos de la Colbert, el tipo de la Colbert y la sonrisa de la Colbert;
iba a ver a la Colbert triste y a la Colbert divertida. El público tenía mucho
menos interés de juzagar a la Colbert que en divertirse con la familiar y querida
personalidad de la Colbert”. En consecuencia, la Columbia se apresuró a
lanzar un nuevo título al mercado que le permitiera rentabilizar la popularidad
de la actriz: “She Married her Boss”, que en España fue titulada “Sucedió una
Vez” con la intención de acentuar su parecido con la película de Frank Capra.
El director de “Sucedió una Vez,
Gregory La Cava
es uno de los grandes olvidados del cine clásico de Hollywood, en parte debido
a sus frecuentes borracheras (es uno de los grandes alcohólicos de Hollywood,
junto a Errol Flynn, John Barrymore y W.C. Fields) y en parte, por su manía de
improvisar y reescribir el guión a medida que se rodaba la película (los
productores no podían confiar en él). Inició su carrera como gagman y animador
(en cortometrajes de Krazy Kat) y destacó como director de los mejores títulos
mudos del cómico W.C. Fields (que pese a su tradicional misantropía,
consideraba a La Cava
como uno de los grandes talentos cómicos del mundo del espectáculo). Entrado el
sonoro, realizó un notable melodrama: “Simphony of Six Millions”, recordado por
ser uno de los mejores reflejos de lo que era la vida en los barrios de
inmigrantes a primeros de siglo, y con la peculiaridad de centrarse en una
familia judía de clase baja, luchando porque sus hijos lograsen el sueño de
triunfar en la tierra de promisión a base de trabajo duro. También se recuerda
su curiosa fantasía fascista “Gabriel over the White House” (un encargo de
Hearst manipulado por Louis B. Mayer) que puede ser considerada fácilmente como
su obra más lograda desde un punto de vista estrictamente visual.
Claudette
Colbert: secretaria eficiente y trabajadora compulsiva… que al final entiende
que lo más importante es formar una familia. (La adicción al trabajo de los personajes principales es la "excusa" que utilizan para disimular sus carencias afectivas.)
En muchas de las películas de La Cava hay al menos una escena de diálogos entre el protagonista y un amigo (quizás insertos del estudio incorporados en la fase de montaje) donde se explicitan las motivaciones de los caracteres o el argumento central del film. Aquí, la Colbert es seducida con un trabajo en París. <París en primavera>, suspira antes de negar la oferta, porque ¿cómo va a marcharse a París, si su “primavera” está en la puerta de al lado de la oficina?...
El estilo de La cava ha sido a
menudo calificado como inaprensible y funcional. Estudiosos como Miguel Marías
lo comparan con el de Leo Mc Carey, en el sentido de considerar que no existen
elementos visuales, de composición, ritmo o montaje que permitan distinguir una
autoría en sus películas. Evidentemente, hay diferencias entre estos realizadores.
Ambos proceden del slapstick mudo, pero mientras las películas de Mc Carey
incluyen pequeñas set pieces, sketches cómicos que avanzan mediante la
reiteración de determinados elementos cómicos que progresan hasta un clímax
final, en Gregory La Cava abundan los gags verbales y las escenas corales,
donde el humor parece consustancial a la caracterización de los protagonistas
pero carece de una progresión narrativa; ayudan a describir una situación o
desarrollar una caracterización, pero sin apenas incidencia argumental. Se
puede decir que Mc Carey cuenta historias, mientras que en La Cava lo
importante son los personajes.
No todos
contemplan a la colbert con el mismo rigor profesional que su jefe, y aunque
Melvyn Douglas se muestre inmune a sus encantos, es evidente que otros hombres
no piensan igual
Otra peculiaridad que distingue a
las películas de La Cava
es su aparente anarquía, a la que ayuda precisamente el carácter coral de la
narración, así como los cambios aparentes de tono: el drama y la comedia se
suceden indistintamente, a veces de la mano, sin énfasis ni cambios de ritmo en
la planificación o montaje, e incluso independientemente de la clásica
estructura en tres actos consustancial del cine clásico de Hollywood (el drama
no se corresponde con un “punto de giro” en cada acto). No es extraño que bajo
la aparente ligereza de sus películas encontremos un subtexto amargo, o que
introduzca comentarios sociales y políticos de sorprendente prevalencia en la
actualidad: la depresión económica y el drama del empleo en “Bed of Roses” o Al
Servicio de las Damas”, el peligro del periodismo sensacionalista y la
manipulación de los lectores en “Big News” , las analogías entre el timo y el
mundo del espectáculo en “The Half-Naked Truth”, el fascismo como solución (?)
a un sistema político corrupto (sic) en “Gabriel over the White House”, o los
conflictos provocados por las enfermedades mentales en “Mundos Privados”.
Películas extrañas que oscilan entre la levedad y la trascendencia, sin
aparentes pretensiones, pero que son a menudo mostradas con una inteligencia
diáfana, que se impone al material de base que las articula.
Una larga
jornada en el trabajo se encadena con una invitación a cenar
“Sucedió una vez” no está exenta de
estas preocupaciones. Aunque nos encontremos ante una screwball, la típica
comedia loca de la época con su familia de millonarios excéntricos y el
inefable mayordomo como contrapunto cómico, se advierte un claro discurso
feminista en su reivindicación del papel de la mujer trabajadora y su
importancia como nexo familiar. Las excentricidades de la familia no son mera
excusa para una sucesión de gags: la hija única de Melvin Douglas sufre por
vivir en un hogar desestructurado con un padre permanentemente ausente. Y el
personaje de Melvin Douglas tampoco es el típico galán: el trabajo se ha
convertido en el sustituto de una vida personal inexistente, marcada por la
amargura y la contrariedad de un viejo amor frustrado.
Durante una
reunión de negocios en el hogar familiar de Melvin Douglas, la Colbert sorprende a este tratando
con igual eficiencia y rigor a sus familiares y empleados. Tras propinar una
buena tunda a su consentida hija, Douglas no puede menos que exclamar: “La
mejor música que he escuchado en esta casa en meses”.
Un rasgo distintivo de “Sucedió una
vez” (y de otros muchos títulos de La Cava) consiste en no cerrar todos los
conflictos: la hermana neurótica de Melvyin Douglas, por ejemplo, no encuentra
una salida a su situación, ni el realizador tiene interés alguno por unir su
suerte a la del tercero en discordia interpretado por Michael Bartlet (que no deja de ser un comparsa que la Colbert
utiliza para liberar su creciente frustración). Hay cosas que no tienen
solución, parece indicar La Cava, del mismo modo que en “Primrose Path” la
moral no resulta triunfante ni se impone a la continuidad del negocio familiar
(la prostitución), o que en “Damas del Teatro” las relaciones sentimentales de
las aspirantes a actrices apenas tengan trascendencia en la trama. Los rasgos
acomodaticios de otros films de la etapa de decadencia de la Cava (como “La
chica de la Quinta Avenida”, una evidente variación del mismo argumento) no
tienen cabida en este film. La evolución de los personajes principales marca el
devenir de la acción, y cualquier otro aspecto no consustancial es aparcado a
un lado, con una honestidad que más de un espectador puede confundir con mero
desinterés.
Los
ingeniosos diálogos de Buchman resultan aún más divertidos con las cosas que se
omiten que con lo que se dice abiertamente:
<Lo que quiero decirle… Ehhh…>
Haciendo recapitulación de las
comentarios vertidos sobre esta película, resulta cuanto menos sorprendente
advertir cómo los crítica y los historiadores de cine oscilan entre dos puntos
de vista aparentemente incompatibles: mientras en muchas enciclopedias de cine
apenas si le dedican un pie de página y críticos como Leonard Matlin (uno de
los grandes exégetas del Cine de Estudio) la consideran como una obra menor, de
escaso interés, otros como Danny Peary o Stephen Scheuer opinan que es una de
las cimas del director. No tan perfecta como “Damas del Teatro” ni tan
rabiosamente entretenida como “Al Servicio de las Damas”. Pero sí una de sus
obras más equilibradas y redondas, con uno de los mejores estudios de
personajes… por parte de un director cuyas películas se caracterizan
principalmente por esta cualidad. Una obra donde se conjugan percepción,
sensibilidad (que no sentimentalismo) y contenido, con una estructura
tremendamente eficaz (a cargo del sensacional guionista Sidney Bucham); con
grandes escenas (como la del escaparate) y un puñado de notables
interpretaciones, en especial, de la niña interpretada por Edith Fellows,
tratada con un raro realismo en una época plagada de retratos estereotipados a
cargo de niños actores demasiado conscientes de estar actuando.
Una variante
de la ancestral costumbre de entrar a la novia en brazos en su nuevo hogar. En esta ocasión, con
la ayuda del mayordomo.
El desarrollo de la película tiene
lugar en tres actos: en el primero, el personaje de Claudette Colbert demuestra
ser igual de eficiente en el ámbito familiar como en el trabajo, despidiendo a
dos de los criados de Melvyn Douglas y
ordenando la compra de un nuevo coche familiar en lugar del antiguo (que
gastaba demasiada gasolina); y concluye con la pareja concertando matrimonio.
La primera
noche juntos. ¡Menudo fiasco!
Durante el segundo acto, Claudette
Colbert tiene que lidiar con su neurótica cuñada y la muy consentida hija de
Douglas (fruto de un fallido matrimonio anterior), para finalmente comprobar
que el único elemento incapaz de controlar es su propio marido, inmune a sus
encantos y siempre absorto por el trabajo (su “contrato” nupcial no incluye
“tonterías románticas de adolescentes”, y se reserva al puro ámbito doméstico).
Tras este punto de giro, la Colbert reanuda sus labores de gestión en la
empresa, hasta que agotada se permite una desesperada juerga con un playboy
local, con el que ha trabado amistad.
La niña
consentida sufre por la ausencia de unos padres indiferentes, deseosos de
olvidar todo recuerdo de su antigua relación. Pero su nueva madrastra sabe educarla
con inteligencia, sensibilidad… y ocasionales dosis de “mano dura”.
<Ese
matrimonio no podía durar. Te dábamos unas pocas semanas.>
Los intentos
de seducción de la colbertt resultan del todo punto infructuosos. ¡Su marido es
un carámbano!
La secuencia en el escaparate es una
de las mejores escenas elusivas de la filmografía del director y fue objeto de
múltiples alabanzas durante el estreno de la película. Tras emborracharse junto
al playboy que interpreta Michael Bartlet, la Colbert decide hacer
frente a sus frustraciones familiares echando en cara a cada uno de los
maniquíes del escaparate de la tienda (los cuales representan una típica
familia americana) los secretos y mentiras que acechan alrededor de su propia
vida familiar. La mezcla de comicidad y patetismo que salpican al film alcanzan
en esta escena una suerte de climax, a medida que las miserias de cada miembro
del clan familiar son puestas finalmente al descubierto: “¿Cómo te gustaría pasar tu vida en una habitación así?”, se pregunta. “Los muebles están bien, pero los maniquís no.”
<La abuela lo ve todo… pero no sabe nada.>
Tras esta escena, ya entrados en el
tercer acto de la narración, se produce la separación del matrimonio,
propiciada por los inconfesados celos de Douglas. Tras una (otra!) memorable
borrachera con el mayordomo, y ante la inminente amenaza de divorcio, Douglas
se sacude las inhibiciones y decide recuperar a su esposa.
Los
periódicos se han hecho eco de su presunta “infidelidad”.
<¿Piensas
que estoy haciendo el tonto?> < No me pagan para pensar,
señor.>
El esquema de la película consiste
por tanto en el clásico desarrollo en tres actos bajo el esquema “chico conoce
chica – chico pierde chica – chico recupera chica”, habitual en tantas
películas románticas de este periodo, con una duración de tan sólo 75 minutos,
plenos de ritmo y concisión.
Hasta la la
niña acaba cogiéndole cariño: <Papá no
entiende nada de mujeres>
Lo que hace destacar este film sobre
otras comedias románticas del periodo es la riqueza y veracidad de los
personajes principales. Además, la caracterización de los personajes y su arco
argumental están plenamente integrados en la narración, que se estructura
alrededor de una serie de motivos muy básicos que se repiten una y otra vez con
ligeras variaciones pero con diferente sentido. Los sentimientos de la Colbert por su jefe se
ponen de manifiesto con la referencia a “París en primavera”. La relación entre
la Colbert y
su pupila se identifica con el piano de juguete que aquella le regala. Un
escaparate con ridículos maniquíes dispuesto en un entorno familiar
decimonónico sirve de metáfora para la vida matrimonial que hasta entonces han
llevado los Barclay. Y el alcohol sirve siempre de elemento desinhibidor que
ayuda a avanzar la acción.
Decidido a
recuperarla, aún a punta de pistola.
(Como diría Mae West: <¿Eso que
llevas en el bolsillo es una pisstola o es que te alegras de verme?>)
La conclusión del film es algo
precipitada, pero el ambiguo final feliz no incurre en una nota en falso y
produce una sorprendente sensación de libertad: Melvyn Douglas y Claudette
Colbert deciden romper los escaparates de su cadena de establecimientos,
acabando con el maleficio del nombre familiar. Lanzando ladrillos contra el
reflejo de su hipócrita respetabilidad, exorcizan sus propios demonios y
establecen las bases sobre las que sentar una nueva relación entre iguales. Una
conclusión honesta para una comedia diferente, con muchas más aristas de las
que pudiera parecer en un primer vistazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario