jueves, 31 de octubre de 2013

THE LAST FLIGHT

THE LAST FLIGHT (1931)
William Dieterle


Una producción Warner Bros / First National Pictures Production
Producción: Henry Blanke. Dirigida por: William Dieterle
Argumento y guion: John Monk Saunders, adaptado de su novela “Single Lady”,
publicada por entregas en los periódicos como “Nikki and Her War Birds”
Fotografía: Sid Hickock, Richard Towers y William Reinhold. Montaje: Red Hall.  
Dirección artística: William Dieterle. Música original: Leo F. Forbstein.
Intérpretes: Richard Barthelmess, David Manners, Helen Chandler,
Johnny Mack Brown, Elliott Nugent y Walter Byron
B/N. Duración: 80 minutos.


Los ex-combatientes Shep, Cary, Francis y Bill, durante uno de sus eternos intermedios etílicos, deciden adoptar como miembro a su más reciente conquista: la indolente e igualmente desesperada Nikki.

Estamos en Francia, 1918, Primera Guerra Mundial. En el cielo se produce un intenso duelo aéreo. La aeronave superviviente toma tierra y se aproxima a cámara; la hélice surca cada vez más lentamente el aire hasta pararse. Un fundido encadena la hélice con las manecillas de un reloj: son las once en punto; la hora del armisticio. Entretanto, dos oficiales conversan en los pasillos de un hospital militar, preocupados por la dramática situación de los veteranos de guerra heridos: “Son como balas perdidas. ¿Qué será ahora de ellos?”.

Entre los internos del hospital encontramos a cuatro aviadores americanos. Todos ellos arrastran dolorosas secuelas del conflicto: Cary se quemó las manos mientras intentaba controlar los mandos de su aeroplano en llamas; Shep tiene un exagerado tic en su ojo izquierdo, que apenas consigue calmar con el alcohol; Francis sufre de insomnio crónico; mientras que Bill oculta, bajo su tranquila apariencia, una violenta psicopatía. Ante la amenaza de un futuro sombrío, sometidos a una rehabilitación que se advierte larga y dolorosa, deciden permanecer en París, deambulando despreocupadamente por sus bares sin otro objetivo que emborracharse. “¿Y después?” plantea uno de ellos. La respuesta no se hace esperar: “Seguir bebiendo”.


Nuestro protagonistas, intentando llenar su vacío vital con litros de alcohol... que les impidan pensar y recordar sus traumáticas experiencias de guerra.

A lo largo de sus vagabundeos por Montmartre, los protagonistas adoptan a Nikki, una joven millonaria, absurda y frágil, que afirma ir más rápido cuando lleva zapatos de color rojo y con la que intercambian frases surrealistas del tipo: “¿Qué pasaporte tiene usted?”, “Fresas y nueces de coco” o “Yo prefiero vainilla”. Nikki toma simpatía por Cary, quien apenas puede sostener una copa si no es con las dos manos. Le atraen su timidez y vulnerabilidad, con las que acaso se siente identificada. Durante un evocador paseo por el cementerio, surge un atisbo de romance entre ambos. Cary narra la tragedia de Abelardo y Eloísa, cuya tumba visitan. La trágica historia de estos amantes legendarios quizás sugiera el verdadero alcance de las heridas de guerra de Cary, así como la huella de un antiguo amor frustrado en Nikki. Cary intenta atraer hacia sí a Nikki, pero ésta, asustada ante la posibilidad de un nuevo y doloroso idilio, frena bruscamente sus avances. A fin de cuentas, como ella suele decir con disimulada despreocupación: “No puedo besar a nadie porque tengo los dientes torcidos”. El paseo, en cualquier caso, no ha sido una completa pérdida de tiempo; no en vano, Nikki ha encontrado un nombre apropiado para las dos tortugas que esconde en su habitación del hotel: Abelardo y Eloísa, como los dos amantes legendarios.
  
Un quinto miembro, Frink (pronunciado “Fink”), se adhiere al grupo; un periodista cínico y sin escrúpulos, cuyas motivaciones son acaso más frívolas que las de sus compañeros. A fin de cuentas, es el único personaje de la película que parece mantener intactos sus instintos sexuales (dice ser socio del “Club de las Manos Inquietas”), y su evidente interés en Nikki no deja margen a la ambigüedad. Su relación con los restantes personajes varía desde la complicidad a la violencia, y su creciente protagonismo presagia el giro dramático del último tercio de la película. Así, tras una hora de martinis y champagne, los protagonistas deciden irreflexivamente realizar un viaje a Portugal; una decisión no carente de lógica, pues frecuentemente se cuestionan sobre “qué estará pasando en Portugal esta noche”. El corto periplo portugués sirve de detonante a la acción; las tensiones y sentimientos contrapuestos surgidos entre el grupo de amigos se disparan, y en rápida sucesión, diversos acontecimientos dramáticos acaban por disolver la comitiva. Francis se lanza borracho al ruedo para ejercer de espontáneo en una corrida y recibe una cornada mortal; más tarde, los restantes inician una pelea en una caseta de feria, a consecuencia de la cual uno de los protagonistas es tiroteado, otro muere y un tercero desaparece en la oscuridad, devorado por sus propios fantasmas. Sólo Cary y Nikki parecen sobrevivir a la batalla, su “último vuelo”, dejando en el espectador la duda sobre si el trágico clímax les permitirá superar los traumas del pasado y encontrar el mutuo consuelo de una vida en común. La conclusión, aunque esperanzadora, no es necesariamente optimista. Si bien el temblor de manos de Cary parece remitir, éste musita a modo de coda final: “Sin ellos no nos queda nada. Camaradería, eso es todo lo que teníamos”. El batallón de amigos se ha disgregado y la paz se extiende en el campo de batalla. Es el momento de afrontar una nueva vida.

                       
Shep, Nikki y Cary asistiendo a una trágica corrida de toros que vuelve a recordarles el amargo sabor de la muerte.  El preludio de lo que pasará finalmente en Portugal esa noche.


Esta sorprendente e insólita película, producida por Henry Blanke para la Warner Bros gracias al decidido entusiasmo de William Dieterle y su estrella Richard Barthelmes, que compró los derechos literarios para su adaptación cinematográfica, constituye el mejor acercamiento cinematográfico a la llamada “generación perdida”, tan querida por literatos como Fitzgerald o Hemingway. De hecho, su desarrollo argumental basado en la novela de corte autobiográfico “Single Lady”, escrita por el mismo guionista del film John Monk Saunders, es similar al de la novela de Hemingway “The Sun also Rises” con la que comparte numerosos puntos en común. No en vano, la adecuada caracterización de los personajes y el hábil uso de la elipsis han permitido afirmar a algunos críticos como Tom Schales, responsable de rescatar esta película de los archivos de la Warner en 1972, la superioridad de ésta frente a sus homólogos literarios. Desgraciadamente, su fracaso comercial la mantuvo oculta durante más de cuarenta años, condenándola a un injusto olvido.

Vista hoy en día, la película destaca aún por la modernidad de su tratamiento. Cierto que algunas actuaciones están algo envaradas (los, por otra parte, notables Richard Barthelmess y David Manners) y que los diálogos resultan deliciosamente anticuados, pero su estilo indirecto carece de cualquier atisbo teatral. Además, la puesta en escena de Dieterle es inteligente e imaginativa, sin que por ello resulte enfática. Los elegantes movimientos de cámara pasan prácticamente inadvertidos al espectador, consistiendo en ligeras panorámicas y travellings de seguimiento en el exterior, y en sucesivos reencuadres y lentas aproximaciones en el interior, atendiendo al mayor o menor protagonismo de los actores en las escenas corales. Por otra parte, el punto de vista deliciosamente distanciado de la narración acierta a transmitir con precisión el clima de aparente indolencia y el sentimiento de vacío existencial y callada desesperación que inunda a los personajes.


John Monk Saunders, guionista de “Alas”,Los muelles de Nueva York, La Legión de los Condenados” y “La Escuadrilla del Amanecer (The Dawn Patrol)” por la que ganó el oscar en 1931. De conducta errática y autodestructiva, nunca pudo superar el haber sobrevivido la I Guerra mundial, en la que sirvió como entrenador de pilotos ("gracias" a los contactos de su padre) sin llegar a tomar parte en batalla.

Por desgracia, y pese a las excelentes críticas obtenidas en su estreno, el film se saldó con un rotundo fracaso en taquilla, decisivo para el desarrollo de la cinematografía de los grandes estudios. Cualquier atisbo de intelectualidad se consideró incompatible con la rentabilidad económica de las películas. A partir de entonces, la superficialidad y el entretenimiento se convirtieron en los pilares sobre los que Hollywood cimentó su Imperio.

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