jueves, 31 de octubre de 2013

EL TENIENTE SEDUCTOR

EL TENIENTE SEDUCTOR (1931)
Ernst Lubischt

“The Smiling Lieutenant”. Una producción Famous Players Lasky / Paramount Pictures . Producción y dirección: Ernst Lubischt. Dirección de fotografía: George J. Folsey. Guión: Ernest Vajda y Samson Raphaelson, basado en el libro de Hans Muller  y la opereta “A Waltz Dream”  de Leopold Jacobson y Felix Doermann. Canciones compuestas por Oscar Strauss. Letra de Clifford Grey.  Intérpretes: Maurice Chevalier, Claudette Colbert, Miriam Hopkins, Charles Ruggles, George Barbier y Lon Mac Sunday. B/N. Duración: 88 minutos.


El matrimonio es un negocio de tres: la princesa Anna (Hopkins) tiene a su teniente (Chevalier), éste consigue un título nobiliario, y Franzi (Colbert) coopera con entusiasmo a que  el fuego de la pasión mantenga la intensidad de su llama..

La tercera producción sonora de Lubischt en la Paramount fue una nueva opereta para la que volvió a contar con Maurice Chevalier, en un rol similar al de la popular “El Desfile del Amor” (“The Love Parade”, 1929). En esta ocasión, el puesto de partenaire correspondiente a Jeannette Mac Donald (protagonista de la anterior operereta de Lubischt, la divertida e irrelevante “Montecarlo”) es compartido por las estupendas Claudette Colbert y Miriam Hopkins, en el cenit de su belleza. La pantalla bulle efervescente de miradas en blanco, guiños cómplices, insinuaciones de mal gusto y abundantes dobles sentidos. Aún faltan tres años para que entre en vigor el Código Hays y la película hace gala de una alegre y despreocupada inmoralidad.

La historia tiene lugar en Viena a inicios del siglo XX. Los militares holgazanean entre desfile y desfile, y sus victorias tienen lugar en la alcoba más que en el campo de batalla. El teniente Niki (Maurice Chevalier) canta a cámara “In the Army”, excusando a los soldados por ser demasiado viejos para batallar -pues los oficiales están hechos para el amor- y concluye con su himno de guerra: “Ra-ta-tta-ta”, presagio de una nueva hazaña sexual, mientras se dirige al interior del dormitorio.


El Teniente Niki, tras pillar "cacho" y preparándose para el combate: ¡Ra-ta-tta-ta!...  ¡Qué carita de pillín que tiene el muy cabrón!

Instantes después, vemos a Niki acompañar a su amigo Max (el estupendo Charlie Ruggles) que pretende seducir sin fortuna a la joven violinista Franzi (Claudette Colbert). Niki, que evidentemente también se siente atraído por la chica, intenta hacer cambiar a su compañero de idea: “¿Sabes a quién me recuerda? A tu mujer”. Ruggles protesta: “Eh, un momento, ¡esta chica es preciosa!”, pero Niki le replica: “Imagínate a tu mujer hace quince años, con veinte kilos menos, el pelo rizado y su nariz operada. ¡Es la misma chica!”. Como es de esperar, el nervioso y poco agraciado Ruggles apenas si consigue entablar conversación con Franzi, mientras que el atractivo Chevalier, sin apenas esfuerzo, acaba por acompañarla durante el resto del día. “Mañana podemos quedar para cenar”, sugiere Franzi. “Muy tarde. Estaré hambriento”, responde Niki. Franzi duda por un instante antes de sugerir una nueva hora: “Podríamos quedar por la tarde para tomar el té”. Pero Niki no parece dispuesto a rendirse: “¿Y por qué no tomar el desayuno juntos?”. Una brillante elipsis corta de inmediato al plano detalle de unos huevos revueltos.


Un copioso desayuno para recuperarse de una larga noche de arduo trabajo.

Una vez que Niki y Franzi inician su idilio, hace su aparición en pantalla el tercer vértice del triángulo moroso: Miriam Hopkins en una de sus primeras apariciones en pantalla. La Hopkins encarna a la Princesa Anna, heredera de un imaginario reino centroeuropeo: “Flausenthurm”, de dimensiones tan pequeñas que nadie considera apropiado que su nombre supere las tres sílabas, y tan irrelevante que la mayoría de sus subditos ignora que lleva “h” intercalada. La princesa Anna es una jovencita de modales pueriles y risa atontada, que cae enamorada del Teniente Niki cuando, erróneamente, cree que éste le guiña el ojo en un desfile. Desesperada, insta a su padre, el pomposo Rey Adolph XV (George Barbier), a aceptar el futuro enlace: “No soy responsable de mis actos. Soy capaz de cualquier cosa. Si no tengo a mi teniente, ¿sabes que haré?... Me casaré con un americano”. El rey, asustado ante tan terrible dilema, accede a tener una entrevista con el teniente Niki: “Cuando usted guiñó el ojo a mi hija... ¿eran sus decisiones honorables?”, “Por supuesto”. El Rey, complacido, sugiere: “Entonces se casará usted con ella”. Niki le interrumpe bruscamente: “¡Mis intenciones eran completamente deshonestas!”, a lo que el Rey contesta airado: “¡Entonces tendrá que casarse con ella!”    

La segunda mitad del film sucede en el Reino de Flausenthurm, tras el inevitable enlace entre Niki y Anna. La acción se vuelve más relajada, pues todo el desarrollo de la narración descansa en este segmento. Niki se siente frustrado en un matrimonio sin amor, con una niña absolutamente ignorante del sexo, pues lo único que conoce de la vida lo ha aprendido de una edición real de la enciclopedia con todas las palabras “interesantes” censuradas. Durante la comida, Niki desecha un exquisito plato de ternera, preparado especialmente para él: “Pobre vaca; nacer en Viena para ir a morir en Flasenthurm” musita con tristeza. En consecuencia, decide dormir en una alcoba separada de la que únicamente sale para buscar nuevos romances plebeyos. La bella Franzi no tarda en volver a aparecer en pantalla, pues se encuentra de gira con su orquesta, e invariablemente reanuda su relación con Niki mientras Anna pasa desconsolada las noches jugando a las damas con su padre.


Jugar a las damas también puede ser divertido.

Anna sospecha del adulterio; no entiende que su marido prefiera una vulgar violinista antes que a una experta pianista como ella. Sus primeros intentos de conquistar a su marido no pasan de ser meros tanteos, pues Niki carece de oído para la música clásica. Decidida a recuperar a su marido, idea una argucia para encontrarse con Franzi. Tras algunos reproches y muchas lágrimas, las dos rivales acaban por intimar, y Franzi, que como mujer de mundo bien sabe que las chicas que empiezan el desayuno difícilmente se quedan a cenar, aconseja a la princesa sobre las ventajas de la música jazz y la lencería fina respecto a la música clásica y la ropa almidonada. Tras algunos pequeños cambios en su guardarropa, Anna consigue seducir a Niki al ritmo de “Ra-ta-tta-ta”. El Rey sonríe aliviado: por fin se ha consumado el matrimonio; el futuro de la dinastía está asegurado.   


Algunos ligeros cambios en el vestuario hacen milagros en la vida íntima del matrimonio.

El Teniente Seductor” fue uno de los mayores éxitos comerciales de la Paramount durante los primeros años de la Depresión, en los que la mayoría de los estudios sufrían pérdidas con cada producción. Incluso llegó a ser nominada al oscar a la mejor película, consiguiendo buenas críticas. Sin embargo, los historiadores de cine siempre la han calificado como una de las peores películas musicales de Lubischt, con esa rara unanimidad que suele revelar la ignorancia. No en vano, “El Teniente Seductor” no fue repuesta en los cines ni proyectada por televisión desde el momento del estreno, permaneciendo oculta durante más de medio siglo. Un negativo en buen estado fue encontrado en la antigua Yugoslavia durante la década de los 90. Tras su conveniente restauración, la película ha pasado a ser de dominio público y puede ser objeto de un análisis crítico al margen de prejuicios. 

Una nueva revisión de “El Teniente Seductor” revela que pese a encontrarse uno o dos peldaños por debajo de otras obras de Lubisch, difícilmente puede calificarse como un film menor. Puede que carezca de las innovaciones técnicas y narrativas de “Montecarlo”, pero la supera en ritmo e ingenio, viéndose favorecida por una superior labor de casting. Y aunque, al igual que “Una Hora Contigo” abusa del tono frívolo y las miradas libidinosas a cámara, la mayoría de las canciones ayudan a hacer avanzar la narración en lugar de entorpecerla, lo que supone una evidente mejora. La interpretación de Chevalier resulta algo mecánica, y sus apartes al público algo toscos y enfáticos, pero no es posible concebir un actor más adecuado para interpretar al protagonista (Jack Buchanan, protagonista en Montecarlo y la otra opción para el papel, era un actor más bien asexuado), y el resto del reparto brilla así mismo a un gran nivel. Los diálogos de Vajda y Raphaelson no siempre son afortunados, pero sí a menudo brillantes. Las transiciones son algo bruscas, como en la mayoría de los films de Lubischt de este primer periodo sonoro, pero aparte de poseer un ritmo envidiable, contiene algunas de las mejores escenas de carácter elusivo propias de este director.


Para ser una chica mala, más vale que te olvides de la música clásica y te pases al Jazz.

Resulta ejemplar, en este sentido, la secuencia que sirve de prólogo a la película. En ella, un cobrador de facturas golpea repetidas veces la puerta de la residencia del teniente Niki, buscando cobrar una antigua deuda; en su mano, sostiene una tarjeta donde se refleja una cita shakesperiana : “quien no paga a su sastre en verano, está condenado a sufrir un frío invierno”. Tras varios intentos, el acreedor finalmente desiste y baja apesadumbrado las escaleras. La cámara sigue al frustrado hombrecillo pero cambia de objetivo cuando éste se cruza con una atractiva jovencita que se dirige en el sentido opuesto. La joven interrumpe sus pasos ante el apartamento de Niki, pero nada más llamar, la puerta se abre de inmediato para permitirle el paso.

La otra gran secuencia de la película es el clímax final, un prodigio de “slapstick”, que hace uso de la reiteración con resultados hilarantes: Chevalier escucha música de jazz proveniente de la alcoba de Anna, abre la puerta y contempla a la princesa fumando y tocando frenéticamente el piano. Sorprendido, sube a su dormitorio, se aproxima a una botella de alcohol y huele su contenido; no, no puede estar borracho. Baja de nuevo la escalera de palacio y vuelve a entrar en la alcoba, donde la Hopkins, ataviada con una sugerente negligée, le mira insinuante. Por segunda vez, Chevalier cierra la puerta y se dirige a su dormitorio; vuelve a coger la botella, pero esta vez se sirve una copa de licor, para darse ánimos. Nuevamente le vemos dirigirse a la alcoba de Anna; bajando los escalones de dos en dos, de tres en tres. Entra en el dormitorio y cierra la puerta tras sí. Anna le invita sentarse frente a un tablero de damas. Niki recoge el tablero y lo tira sobre la cama de matrimonio. El resto de la escena queda a la libre discrecionalidad del espectador.



¿Qué? ¿Otra partidita?...



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