LA
TRAGEDIA DE LOUIS PASTEUR
de
William Dieterle
El cartel contiene un “spoiler”:
¡ese perro tiene la rabia!
“The Story
of Louis Pasteur”. Una
producción de Cosmopolitan Pictures para la Warner Bros-First National.
Producción ejecutiva: Hal B. Wallis y Henry Blanke. Dirección: William
Dieterle. Escrita por Sheridan Gibney,
Pierre Collings y (sin acreditar) Edward Chodorov y William
Dieterle. Basada en
un argumento original de Robert Florey y Pierre Collings. Dirección de fotografía: Tony Gaudio. Montaje:
Ralph Dawson. Decorados: Robert M. Haas. Intérpretes: Paul Muni,
Josephine Hutchinson, Anita Louise, Donald Woods, Fritz Leiber, Henry O´Neill,
Porter hall, Ray Brown, Akim Tamiroff. B y N. 85 ms.
Este film inaugura
el ciclo de películas biográficas de la Warner BROS, con Dieterle como director
y Paul Muni como intérprete principal, que incluyen “La Vida de Emilio Zola” y
“Juárez”. Sin Muni, Dieterle dirigió “The Blue Lamp”, “Dr. Erlich´s Magic
Bullet” y “A Dispatch from Reuters” estas
dos últimas con Edward G. Robinson encabezando el reparto. Muni por su parte,
participó en la fallida “Suez” del habitualmente seguro John Cromwell.
“La Vida de Louis Pasteur” fue
un empeño personal del director de producción Henry Blanke, que impulsa el
proyecto frente a las reticencias iniciales de sus otros principales
responsables: el productor Hal B. Wallis (<¿Qué
público querría ver una película sobre un químico? ¿Y por qué esconder una gran
estrella como Paul Muni detrás de una barba?... ¡Parece un rabino!>), el
actor Paul Muni (<Pasteur… ¡Ese tipo
con una barba llena de microbios!>) y el director de origen alemán
William Dieterle (su esposa Charlotte está persuadida de que el encargo, cuyo
argumento se considera anticomercial, no es más que una artimaña del estudio
para despedirle). El propio mandamás del estudio, el tiránico y caprichoso Jack
Warner, que oculta -bajo sus ademanes de comediante ligero- la petulancia
implacable de un Louis B. Mayer y la grosería y desprecio intelectual de un
Harry Cohn, intenta bloquear el proyecto durante su fase de preproducción ( <¿Quién es ese Pasteur? ¿Un lechero?>)
e incluso remite un mensaje al guionista Edward Chodorov a través de una
empleada del estudio: <Ella tampoco sabe quién es Pasteur>, dice
la nota, a la que el guionista contesta: <…Pero bebe leche todos los días>. La impertinencia de Chodorov le
cuesta el trabajo y es reemplazado por Pierre Collings, autor junto a Robert
Florey del argumento original, quien a su vez es reemplazado por el dramaturgo
Sheridan Gibney. En los títulos de crédito, sólo Collings y Giney son
acreditados como guionistas, pero el resultado final puede ser la suma de
aportaciones de otros tantos guionistas anónimos a sueldo del estudio, así como
de los promotores del proyecto: Blanke, Muni y Dieterle, lanzados a una
búsqueda exhaustiva de información, que resumen en diversos memorándums.
Tras seis refritos, se termina
finalmente el libreto de la película con la complacencia de todos sus
responsables directos. Falta el visto bueno de las oficinas centrales, a las
que se le envía una copia del guión. Jack Warner estalla en cólera, pues todo
el desarrollo del proyecto se ha venido desarrollando sin su consentimiento. Para
el magnate, proyectos como “La Tragedia de Louis Pasteur” suponen una amenaza a
su control del estudio, cuya política de producción es clara e inequívoca:
guionistas, directores y actores deben permanecer aislados en compartimentos
estancos, sin colaborar entre sí, a fin de que no puedan imponer frente a la
productora su “visión artística”…, pues el cine es ante todo un producto comercial.
En consecuencia, la Warner BROS responde al libreto con un informe (sin
rúbrica) donde se ponen de manifiesto todas las objeciones mercantilistas a la
producción: “Prohibido mostrar animales
muertos (molestaría a la SPA), utilizar nombres rusos (los comunistas no
gustan) o hablar de infecciones puerperales (¡esto quitaría a las americanas
las ganas de traer hijos al mundo!)”. Se llega a proponer incluso la
introducción de una subtrama romántica -totalmente inventada- entre el
protagonista y un imaginario amor de juventud, la hija del decano de la
facultad de medicina, a la que aquél tuvo que renunciar en la ficción cuando
decidió abandonar sus estudios de medicina por los de química. En suma… ¡Un
absoluto dislate con el que se pretendía cerrar en falso la producción, como
escarmiento a sus promotores: Blanke, Dieterle y muy especialmente Paul Muni!
Los conflictos entre la
productora y las principales estrellas de la compañía son habituales: James
Cagney está cansado de que le encasillen en papeles similares de producciones
rutinarias. Bette Davis es a menudo obligada a interpretar papeles en los que
-bien por físico o personalidad- no encaja. El ritmo o de producción es febril
y todo el mundo se queja de la calidad de los guiones. Y los artistas que
sobresalen con un gran éxito son convenientemente humillados o relegados a
películas de segunda, a fin de que permanezcan obedientes y no se les ocurra
reclamar ninguna subida de sueldo. Muni cuenta con dos nominaciones al oscar
(“Scarface” y “Soy un Fugitivo”) y se ha convertido en una estrella cotizada.
Es también un actor con fama de difícil e intransigente, con un carácter
introvertido que suele ocultar bajo aparatosos maquillajes, y cuyas crecientes
exigencias le han empezado a granjear mala fama dentro del establishment (tres
años después, sabotea el guión de la monumental “Juárez” para que su papel
adquiera un mayor minutaje en pantalla). Es posible que la negativa de Jack
Warner al proyecto no sea sino un intento infructuoso de sujetar el ego del
actor. Pero Muni considera que Louis Pasteur sí es uno de esos personajes que
merece la pena representar, aún a riesgo de ganarse las iras de la compañía, e
impone una cláusula de su contrato que le permite imponer un guión si los del
estudio no le satisfacen. La productora no confía en la producción, a la que
augura un rotundo fracaso en taquilla, y acepta sólo a regañadientes. “La
Tragedia de Louis Pasteur” es finalmente autorizada, aunque con un presupuesto
ridículo (260.000 dólares), un plan de rodaje reducido (cinco semanas),
vestuario y escenografía heredados de anteriores películas, y un límite de
duración de 85 minutos. Pese a lo accidentado de la preproducción, Dieterle
recuerda el rodaje como particularmente afortunado: <Estuve en la gloria, y fue el inicio de una segunda fase de mi
carrera en Hollywood>, escribe años después.
Paul Muni preparaba minuciosamente
sus caracterizaciones, imitando a los personajes reales que representaba en sus
gestos más ínfimos, incorporando muchos de sus tics más característicos.
“La Tragedia de Luis Pasteur” aspira a ser una biografía
sin concesiones románticas que ilustre ante todo el triunfo de las ideas de un
hombre sobre los prejuicios, la ignorancia o la estupidez de su tiempo. ¿Pero
cómo narrar una vida transcurrida entre los microscopios? El comienzo
particularmente astuto de la película (Dieterle reivindica su paternidad) capta
inmediatamente la atención del espectador: París 1860, un gabinete de consulta
desordenado y mal iluminado. Un médico de edad madura, el doctor Francois,
reúne apresuradamente sus instrumentos, pues una calesa le espera fuera. Limpia
el estetoscopio con la manga de su vieja chaqueta y, en la precipitación, deja
caer su fórceps. Lo recoge, sopla un poco por encima, y lo mete en su maletín.
Una sombra se perfila en la ventana. Alguien le interpela. Él se vuelve. Un
disparo. El médico cae. Fundido. <¡Asesinato!>
grita un juez. <¡No, Justicia.>
replica con vehemencia el acusado. <¡Ha
matado a mi esposa con sus manos sucias, le ha provocado fiebre, la fiebre
puerperal!> - <¡Pero no se
puede hacer responsable a un médico de eso!> -Por toda respuesta, el
marido entrega una hoja de papel al juez con este texto: “¡Doctores! ¡Cirujanos! Lávense las manos. Hagan hervir sus
instrumentos. Los microbios causan las enfermedades y muertes de sus pacientes.
Firmado: Louis Pasteur”. El juez: <¿Louis
Pasteur? ¿Quién es?...> Fundido. Un médico a los colegas que le rodean:
<Es una amenaza para la ciencia, el
asesinato del doctor Francois lo prueba. Señores, si permitimos que Pasteur
continúe, va a poner en peligro la práctica de nuestro oficio en francia. Todos
ustedes han leído su panfleto. > Fundido. Napoleón III en su despacho de
las tullerías: <¿Louis Pasteur?> -
El doctor Charbonnet (Fritz Leiber, magistralmente sarcástico): <¡Ni siquiera es médico, señor, sino un
vulgar químico!> - Napoleón: <¡Un
químico, no puede ser!> Charbonnet le expone las extravagantes ideas del
sabio sobre los microbios (“un zoológico
privado de bichillos imposibles”). Estupefacto, el emperador se pregunta “si es posible que esas criaturas existan
verdaderamente”. La emperatriz Eugenia quiere escuchar a Pasteur
personalmente… Una vez despertada la curiosidad del público, el sabio aparece
finalmente en la pantalla, iniciada la acción y transcurridos varios minutos. Dieterle
concentra la acción utilizando la técnica del thriller: montaje preciso,
efectos de suspense cuidadosamente dosificados, construcción dialéctica según
las reglas del arte. (El párrafo está extractado en su mayor parte de un muy notable
libro editado por la Filmoteca Española: “William
Dieterle, antifascismo y compromiso romántico” de Hervé Dumont)
Pasteur es invitado al Palacio Real, y su arrogancia le
hace hablar más de la cuenta, provocando la ira del Emperador: “Los hospitales de París son nidos de
parásitos. Los médicos llevan la muerte a dónde van.” “Es la providencia”,
responde alguien en otro momento, provocando la agria respuesta del químico: “¿La providencia?, no. La ignorancia.”
La suficiencia de Pasteur es confundida con vana
arrogancia. Charbonnet, herido en su orgullo, le manifiesta su enemistad. Y
Napoleón III reacciona con indignación hacia este químico petulante que
pretende enseñar a os médicos a ejercer la medicina. Pasteur tiene prohibido
ejercer toda actividad profesional en la capital, y la familia se ve forzada a
trasladarse a Arbois. El Dr. Rossignol, joven pupilo de Charbonnet, acabará
acompañando a la familia en su exilio, interesado en parte por las teorías y
métodos de Pasteur, y en parte por la atracción que siente hacia su bella hija.
Aunque esta subtrama romántica carece de mayor interés, salvo el de atraer al
público femenino a las salas, el personaje de Rossignol es importante, ya que
su punto de vista se corresponde con el del espectador, que acabará poniéndose
de parte del protagonista gracias a la creciente admiración y respeto que
genera en su nuevo ayudante
<Tengo dos noticias: una buena y otra mala. La buena es que nos vamos a
vivir al campo, a disfrutar de una vida sana.> <¿Y la mala?> <¡Que el emperador me ha dado de plazo hasta
mañana para que nos larguemos pitando!>
Guerra franco-alemana. Un cartel
anuncia pomposamente que "Mientras
los hombres se matan, Pasteur lucha contra los microbios, el único enemigo de
la humanidad". (¡Toma ya!)
Adoctrinando a un Rossignol sobre
las bacterias y microbios:
<Son unos
bichitos tan pequeñitos, tan pequeñitos… que si se caen del microscopio se
matan.>
El interés de Rossignol permanece
en la ambigüedad durante buena parte de la narración. ¿Es la medicina las que
le impulsa a seguir a Pasteur? ¿El bien común?... O ¿existe quizás alguna razón
más poderosa tras la aparente bondad de sus actos? (<Ayyyy bribón…>)
La guerra con Prusia arruina a Francia. Los recursos
naturales de la nación se agotan. El país está abrumado por la deuda externa, y
su ganado diezmado por una epidemia de ántrax. Sólo el distrito de Arbois
parece salvarse milagrosamente de la epidemia. ¿Milagrosamente…? No, Pasteur ha
seguido trabajando en su ciencia, la microbiología, y está ensayando una vacuna
contra la enfermedad. Thiers, el Presidente de la Academia inicia una
investigación. La Academia de ciencias envía a la provincia unos observadores
hostiles, que dudan de la seriedad científica del método de Pasteur. Se decide
poner a prueba los procedimientos del químico, sometiéndolos a un peligroso
experimento: se recluyen dos rebaños de ovejas infectadas por el ántrax,
permitiendo a Pasteur vacunar a todas las ovejas del segundo rebaño.
Pasteur se disponen a comprobar
los resultados del experimento. El primer rebaño yace muerto en un ovejicidio
sin precedentes en la historia del cine. (Por fortuna, en los títulos de
crédito se nos tranquiliza recordándonos que ninguna oveja sufrió daño alguno
durante la realización de la película.)
Y en cuanto al
segundo rebaño: <miraa… paicen toas amodorráas… Ahí, espatarrás como si
estuvieran… si estuvieran… ¡Amos no me jóda…! ¡¡¡Que están dormías las zagalas,
que no hay ningüina muerta>!!!>
<Ayyyyee… ha
salvao a mi señora...>
El conflicto se resuelve a favor de Pasteur, con cierto
suspense: las ovejas yacen aparentemente muertas. Es un perro con sus ladridos
el que despierta a las integrantes del segundo rebaño. El triunfo de Pasteur es
incontestable, pero los observadores de la Academia, que reaccionaron al
aparente fracaso de Pasteur con un absurdo triunfalismo, siguen manteniéndose
esquivos y hostiles. Sólo Charbonnet parece dispuesto a admitir que Pasteur
puede tener parte de razón, aunque sigue reticente a sus métodos y mostrándole
clara antipatía. Sin apenas pausa, la alegría de los campesinos es cercenada de
raíz: un perro rabioso ha mordido a uno de los campesinos, inoculándole la
enfermedad. Pasteur decide centrar sus investigaciones en encontrar una cura
para este mal.
Entre vacuna y vacuna, Pasteur se
prepara una copita de ginebra, para descargar tensiones. ¿¡Se equivocará de
frasco!?...
<Pa mí que este
tiene la rabia. ¡Ha sido mordido por un perro!>. <Vamos a inyectarle la
vacuna a ver qué pasa>. <¿Y si nos
equivocamos…?>. <Nos enfrentaremos a un peligro peor la enfermedad… ¡La
guillotina!> (sorprendentemente, este diálogo en broma es bastante fiel al original.)
Momentos de tension en el hogar de
Louis Pasteur:
<Oh, madre, estoy
embarazada y mi marido nunca está en casa>.
<Los médicos, cariño, no tienen horario de
oficina. Bien lo sé yo que llevo más de 20 años casada con uno>. <No, madre. Usted no entiende. ¡Mi marido nunca está en casa!>
La cura contra la rabia centra la segunda mitad del film.
La búsqueda del remedio se sugiere por medio de unos efectos de montaje (las
botellas se suceden con distinta numeración), planos detalles del instrumental,
planos oblicuos de Pasteur y Rossignol mirando a través del telescopio,
anotando sus avances en polvorientas agendas, limpiando sus anteojos con
cansancio tras otro día de extenuante trabajo… Burlón y escéptico, Charbonnet
se inocula una muestra de rabia para demostrar la inutilidad del esfuerzo de
Pasteur: ¡él no cree que los microbios puedan causar enfermedades! La inyección
resulta ser inofensiva y todo el París científico se ríe de Pasteur. Surgen las
primeras dudas: ¿Por qué Charbonnet no cae enfermo?... Puede que las
investigaciones de Pasteur sean una majadería. O puede que el virus que se ha
inoculado estuviera debilitado y haya actuado como vacuna. Entretanto, una
madre acude a la consulta de Pasteur con su hijo enfermo. Pasteur inocula la
vacuna en el niño, sabiendo que con ello se arriega a ser acusado de homicidio
y sufrir la guillotina. Pero el mal parece remitir en el enfermo, y pronto,
tras conocer sus avances contra la rabia, el gobierno zarista envía una docena
de campesinos a Francia para ser tratados voluntariamente contra la rabia
(fueron mordidos por lobos rabiosos). Pasteur acaba por caer agotado y enfermo.
Termina sufriendo un infarto que pone en grave riesgo su vida. Entretanto, su
hija (casada con Rossignol) queda embarazada. Pero al momento de dar a luz, su
médico no puede comparecer y Pasteur se ve en la obligación de acudir a
Charbonnet, cuya reputación está ahora en cuestión tras los últimos
acontecimientos. El médico chantajea a Pasteur: si quiere su ayuda, Pasteur
deberá escribir una nota de descargo donde confiese que sus investigaciones no
pueden ser científicamente corroboradas, y admita la veracidad de las
objeciones de la Academia de Ciencias. Pasteur acepta a regañadientes: no es su
prestigio lo que le preocupa, sino el avance de sus investigaciones y, especialmente,
sus pacientes. Charbonnet acaba por romper la nota y ofrecer su amistad a
Pasteur. Su orgullo intelectual le impedía reconocer los logros de su colega,
al que consideraba un peligroso petulante, pero la nobleza de carácter de
Pasteur se impone. Al concluir el film, Pasteur recibe una condecoración del
gobierno ruso y el aplauso unánime de toda la Academia de Ciencias, que gracias
al respaldo de Charbonnet ha terminado por aceptar el genio de nuestro
protagonista. The End.
Charbonnet parece
aún más perverso de lo que pensábamos: <Es
muy sencillo. O me compra este paquete de preferentes o puede irse olvidando de
que asista como médico en el parto de su hija.>
Sin confianza alguna en la película, la Warner Bros la
estrena sin publicidad en un insignificante cine de Chicago. Las críticas al
día siguiente del estreno son entusiastas; se la considera uno de los mejores
films del año y se da por hecho que acapare varias nominaciones a los oscars.
De forma sorpresiva, la película recauda millones de dólares y alcanza las
recaudaciones de las principales superproducciones del estudio: “Anthony
Adverse” y “El Capitán Blood”. Se la considera una de las mejores 10 películas
del año por el “Film Daily” y el “New York Times”. Mejor película del año por
la National Board of Review. Y la Academia de Hollywood la nomina como mejor
película, ganando las estatuillas correspondientes a mejor actor, argumento y
guión original. Paul Muni obtiene su definitiva consagración en la pantalla. El
éxito de la película da origen a un nuevo género: el biopic, que acaban por
valer a Dieterle el sobrenombre de “Plutarco de Holywood” (apodo creado por
Bosley Crowther). Pese a no acomodarse a las reglas de la taquilla (no hay
sexo, idilio o violencia), o quizás precisamente a eso, “La Tragedia de Louis
Pasteur” demuestra que una película adulta, honesta, inteligente y con mensaje
puede ser también rentable.
El embajador de todas las Rusias
condecora con la más alta insignia zarista a Louis Pasteur, que recibe el homenaje de
la Academia de Medicina y también el aplauso de sus miembros más reticentes.
El guión del film, pese a sus convenciones narrativas, es
un prodigio de ritmo y estructura, una auténtica pieza de relojería donde todas
las piezas encajan admirablemente. De hecho, debe ser de las pocas hagiografías
cinematográficas que no cae en la tentación de pretender contar tooda la vida
del gran hombre, ni sus logros. No se expresan lentamente grandes frases
pomposas, dichas con una solemnidad hueca, con las que educar al sufrido
espectador. Y al contrario que el segundo biopic de Muni-Dieterle, “La Vida de
Emilio Zola” (<aún más pomposa que
Pasteur y mucho más falsa>, según un perceptivo Graham Greene), tampoco
incurre en el error de diseñar una Francia estereotipada de Reader´s Digest,
donde todos los grandes artistas parecen conocerse entre sí y reunirse en los
mismos salones con una pedantería infantil habitual en el Hollywood de los
grandes estudios. Más que una biografía, la película utiliza efectos de
thriller de suspense. Pero en esta ocasión, lo importante no es la identidad
del asesino, sino los métodos para desenmascararlo.
La estructura de la película es de una admirable simetría,
dedicando el prólogo y epílogo del film a la fiebre puerperal, toda la primera
mitad hasta el ecuador del film al ántrax, y la segunda mitad a la cura contra
la rabia. Se advierte, junto al anterior esquema en dos actos, otro esquema
paralelo en tres actos, que se van sucediendo uno a otro según va apareciendo
una nueva amenaza. Pero en estos tres actos, el punto de giro no se centra en
la batalla contra la enfermedad, sino en la lucha contra la incomprensión de la
comunidad científica. En palabras de Brecht: <Pasteur aparece como un Galileo de la medicina. El conflicto nace aquí
de la oposición del héroe a la opinión general, es decir, a la clase dominante>.
“Tipológicamente
calcado de “El Enemigo del Pueblo” de Ibsen, este héroe se sale de la norma: no
es necesariamente simpático, pero su obstinación obliga al respeto. Es un
individualista radical, un espíritu independiente, y como tal, implícitamente,
un fiador de las libertades democráticas. Un carácter fuerte que puede
granjearse la hostilidad de las multitudes. Sin embargo, lo que cuenta no es
tanto el retrato psicológico de un personaje fuera de lo corriente, ni el
relato fiel de su carrera, ni sus vicisitudes privadas o sentimentales (las
únicas que interesaban al cine en ese momento). A partir de este momento, la
investigación científica o los logros artísticos se convierten en el asunto
propiamente dicho de la película y adquieren, por las reacciones que suscitan,
una dimensión política. Se pone el acento principal en la obra, en la nobleza
de la ética que la inspira. El hombre mismo es descrito sin énfasis, de forma
neutral, sin las trivialidades habituales de Hollywood. Es un idealista cuyas
desinteresadas aspiraciones van a menudo en contra del estrepitoso materialismo
festejado por el American Way of Life.” (…) Los héroes de las biografía de
Dieterle “no buscan el reconocimiento de
los méritos por parte del poder establecido, ni lo que eso conlleva del éxito
social, sino la victoria de un verdad objetiva”. Tal y como dice Pasteur en
un momento del film: <los beneficios
de la ciencia no son para los sabios, sino para la humanidad>. “Otra innovación consiste en que el auditorio
es directamente interpelado a través de la familia del héroe, un auditorio o un
tribunal, y de esta manera se siente responsabilizado. El nuevo lema de la
Warner Bros: <Good Pictures for Good Citizens> no solo se dirige hacia una
capa de espectadores más exigentes en materia cultural, sino a la conciencia
cívica”. (Comentarios extractados de libro “William Dieterle, antifascismo y compromiso romántico” de Hervé
Dumont.)
Pasteur, en el Salón de la
Academia, se dispone a pronunciar su discurso:
“Y ahora que los
tengo a todos frente a mí… permítanme que les diga una cuantas verdades a la
cara.”
El emocionante discurso final: “Jóvenes, médicos y estudiantes del futuro, no se dejen contaminar
nunca por un escepticismo estéril ni venirse abajo por la tristeza de ciertos
días(…) ¡No demuestren envidia hacia sus contrarios pues ninguna teoría
científica nunca fue aceptada sin oposición! Vivan en la serenidad de las
bibliotecas y laboratorios. Pregúntense primeramente: "¿Recibí una
formación suficiente?" Y a media que avancen: "¿Qué es lo que puedo
aportar?" Pues un día, tendrán quizás la inmensa alegría de pensar que han
contribuido, en cierta manera, al bienestar y progreso de la humanidad.”