lunes, 1 de junio de 2015

LA TRAGEDIA DE LOUIS PASTEUR

LA TRAGEDIA DE LOUIS PASTEUR
de William Dieterle

El cartel contiene un “spoiler”: ¡ese perro tiene la rabia!

“The Story of Louis Pasteur”. Una producción de Cosmopolitan Pictures para la Warner Bros-First National. Producción ejecutiva: Hal B. Wallis y Henry Blanke. Dirección: William Dieterle.  Escrita por Sheridan Gibney, Pierre Collings y (sin acreditar) Edward Chodorov y William Dieterle. Basada en un argumento original de Robert Florey y Pierre Collings. Dirección de fotografía: Tony Gaudio. Montaje: Ralph Dawson. Decorados: Robert M. Haas. Intérpretes: Paul Muni, Josephine Hutchinson, Anita Louise, Donald Woods, Fritz Leiber, Henry O´Neill, Porter hall, Ray Brown, Akim Tamiroff. B y N. 85 ms.

Este film  inaugura el ciclo de películas biográficas de la Warner BROS, con Dieterle como director y Paul Muni como intérprete principal, que incluyen “La Vida de Emilio Zola” y “Juárez”. Sin Muni, Dieterle dirigió “The Blue Lamp”, “Dr. Erlich´s Magic Bullet” y “A Dispatch from Reuters”  estas dos últimas con Edward G. Robinson encabezando el reparto. Muni por su parte, participó en la fallida “Suez” del habitualmente seguro John Cromwell.

“La Vida de Louis Pasteur” fue un empeño personal del director de producción Henry Blanke, que impulsa el proyecto frente a las reticencias iniciales de sus otros principales responsables: el productor Hal B. Wallis (<¿Qué público querría ver una película sobre un químico? ¿Y por qué esconder una gran estrella como Paul Muni detrás de una barba?... ¡Parece un rabino!>), el actor Paul Muni (<Pasteur… ¡Ese tipo con una barba llena de microbios!>) y el director de origen alemán William Dieterle (su esposa Charlotte está persuadida de que el encargo, cuyo argumento se considera anticomercial, no es más que una artimaña del estudio para despedirle). El propio mandamás del estudio, el tiránico y caprichoso Jack Warner, que oculta -bajo sus ademanes de comediante ligero- la petulancia implacable de un Louis B. Mayer y la grosería y desprecio intelectual de un Harry Cohn, intenta bloquear el proyecto durante su fase de preproducción ( <¿Quién es ese Pasteur? ¿Un lechero?>) e incluso remite un mensaje al guionista Edward Chodorov a través de una empleada del estudio: <Ella tampoco sabe quién es Pasteur>, dice la nota, a la que el guionista contesta: <…Pero bebe leche todos los días>. La impertinencia de Chodorov le cuesta el trabajo y es reemplazado por Pierre Collings, autor junto a Robert Florey del argumento original, quien a su vez es reemplazado por el dramaturgo Sheridan Gibney. En los títulos de crédito, sólo Collings y Giney son acreditados como guionistas, pero el resultado final puede ser la suma de aportaciones de otros tantos guionistas anónimos a sueldo del estudio, así como de los promotores del proyecto: Blanke, Muni y Dieterle, lanzados a una búsqueda exhaustiva de información, que resumen en diversos memorándums.

Tras seis refritos, se termina finalmente el libreto de la película con la complacencia de todos sus responsables directos. Falta el visto bueno de las oficinas centrales, a las que se le envía una copia del guión. Jack Warner estalla en cólera, pues todo el desarrollo del proyecto se ha venido desarrollando sin su consentimiento. Para el magnate, proyectos como “La Tragedia de Louis Pasteur” suponen una amenaza a su control del estudio, cuya política de producción es clara e inequívoca: guionistas, directores y actores deben permanecer aislados en compartimentos estancos, sin colaborar entre sí, a fin de que no puedan imponer frente a la productora su “visión artística”…, pues el cine es ante todo un producto comercial. En consecuencia, la Warner BROS responde al libreto con un informe (sin rúbrica) donde se ponen de manifiesto todas las objeciones mercantilistas a la producción: “Prohibido mostrar animales muertos (molestaría a la SPA), utilizar nombres rusos (los comunistas no gustan) o hablar de infecciones puerperales (¡esto quitaría a las americanas las ganas de traer hijos al mundo!)”. Se llega a proponer incluso la introducción de una subtrama romántica -totalmente inventada- entre el protagonista y un imaginario amor de juventud, la hija del decano de la facultad de medicina, a la que aquél tuvo que renunciar en la ficción cuando decidió abandonar sus estudios de medicina por los de química. En suma… ¡Un absoluto dislate con el que se pretendía cerrar en falso la producción, como escarmiento a sus promotores: Blanke, Dieterle y muy especialmente Paul Muni!


Los conflictos entre la productora y las principales estrellas de la compañía son habituales: James Cagney está cansado de que le encasillen en papeles similares de producciones rutinarias. Bette Davis es a menudo obligada a interpretar papeles en los que -bien por físico o personalidad- no encaja. El ritmo o de producción es febril y todo el mundo se queja de la calidad de los guiones. Y los artistas que sobresalen con un gran éxito son convenientemente humillados o relegados a películas de segunda, a fin de que permanezcan obedientes y no se les ocurra reclamar ninguna subida de sueldo. Muni cuenta con dos nominaciones al oscar (“Scarface” y “Soy un Fugitivo”) y se ha convertido en una estrella cotizada. Es también un actor con fama de difícil e intransigente, con un carácter introvertido que suele ocultar bajo aparatosos maquillajes, y cuyas crecientes exigencias le han empezado a granjear mala fama dentro del establishment (tres años después, sabotea el guión de la monumental “Juárez” para que su papel adquiera un mayor minutaje en pantalla). Es posible que la negativa de Jack Warner al proyecto no sea sino un intento infructuoso de sujetar el ego del actor. Pero Muni considera que Louis Pasteur sí es uno de esos personajes que merece la pena representar, aún a riesgo de ganarse las iras de la compañía, e impone una cláusula de su contrato que le permite imponer un guión si los del estudio no le satisfacen. La productora no confía en la producción, a la que augura un rotundo fracaso en taquilla, y acepta sólo a regañadientes. “La Tragedia de Louis Pasteur” es finalmente autorizada, aunque con un presupuesto ridículo (260.000 dólares), un plan de rodaje reducido (cinco semanas), vestuario y escenografía heredados de anteriores películas, y un límite de duración de 85 minutos. Pese a lo accidentado de la preproducción, Dieterle recuerda el rodaje como particularmente afortunado: <Estuve en la gloria, y fue el inicio de una segunda fase de mi carrera en Hollywood>, escribe años después.

Paul Muni preparaba minuciosamente sus caracterizaciones, imitando a los personajes reales que representaba en sus gestos más ínfimos, incorporando muchos de sus tics más característicos.

“La Tragedia de Luis Pasteur” aspira a ser una biografía sin concesiones románticas que ilustre ante todo el triunfo de las ideas de un hombre sobre los prejuicios, la ignorancia o la estupidez de su tiempo. ¿Pero cómo narrar una vida transcurrida entre los microscopios? El comienzo particularmente astuto de la película (Dieterle reivindica su paternidad) capta inmediatamente la atención del espectador: París 1860, un gabinete de consulta desordenado y mal iluminado. Un médico de edad madura, el doctor Francois, reúne apresuradamente sus instrumentos, pues una calesa le espera fuera. Limpia el estetoscopio con la manga de su vieja chaqueta y, en la precipitación, deja caer su fórceps. Lo recoge, sopla un poco por encima, y lo mete en su maletín. Una sombra se perfila en la ventana. Alguien le interpela. Él se vuelve. Un disparo. El médico cae. Fundido. <¡Asesinato!> grita un juez. <¡No, Justicia.> replica con vehemencia el acusado. <¡Ha matado a mi esposa con sus manos sucias, le ha provocado fiebre, la fiebre puerperal!> - <¡Pero no se puede hacer responsable a un médico de eso!> -Por toda respuesta, el marido entrega una hoja de papel al juez con este texto: “¡Doctores! ¡Cirujanos! Lávense las manos. Hagan hervir sus instrumentos. Los microbios causan las enfermedades y muertes de sus pacientes. Firmado: Louis Pasteur”. El juez: <¿Louis Pasteur? ¿Quién es?...> Fundido. Un médico a los colegas que le rodean: <Es una amenaza para la ciencia, el asesinato del doctor Francois lo prueba. Señores, si permitimos que Pasteur continúe, va a poner en peligro la práctica de nuestro oficio en francia. Todos ustedes han leído su panfleto. > Fundido. Napoleón III en su despacho de las tullerías: <¿Louis Pasteur?> - El doctor Charbonnet (Fritz Leiber, magistralmente sarcástico): <¡Ni siquiera es médico, señor, sino un vulgar químico!> - Napoleón: <¡Un químico, no puede ser!> Charbonnet le expone las extravagantes ideas del sabio sobre los microbios (“un zoológico privado de bichillos imposibles”). Estupefacto, el emperador se pregunta “si es posible que esas criaturas existan verdaderamente”. La emperatriz Eugenia quiere escuchar a Pasteur personalmente… Una vez despertada la curiosidad del público, el sabio aparece finalmente en la pantalla, iniciada la acción y transcurridos varios minutos. Dieterle concentra la acción utilizando la técnica del thriller: montaje preciso, efectos de suspense cuidadosamente dosificados, construcción dialéctica según las reglas del arte. (El párrafo está extractado en su mayor parte de un muy notable libro editado por la Filmoteca Española: “William Dieterle, antifascismo y compromiso romántico” de Hervé Dumont)
  
Pasteur es invitado al Palacio Real, y su arrogancia le hace hablar más de la cuenta, provocando la ira del Emperador: “Los hospitales de París son nidos de parásitos. Los médicos llevan la muerte a dónde van.” “Es la providencia”, responde alguien en otro momento, provocando la agria respuesta del químico: “¿La providencia?, no. La ignorancia.”

La suficiencia de Pasteur es confundida con vana arrogancia. Charbonnet, herido en su orgullo, le manifiesta su enemistad. Y Napoleón III reacciona con indignación hacia este químico petulante que pretende enseñar a os médicos a ejercer la medicina. Pasteur tiene prohibido ejercer toda actividad profesional en la capital, y la familia se ve forzada a trasladarse a Arbois. El Dr. Rossignol, joven pupilo de Charbonnet, acabará acompañando a la familia en su exilio, interesado en parte por las teorías y métodos de Pasteur, y en parte por la atracción que siente hacia su bella hija. Aunque esta subtrama romántica carece de mayor interés, salvo el de atraer al público femenino a las salas, el personaje de Rossignol es importante, ya que su punto de vista se corresponde con el del espectador, que acabará poniéndose de parte del protagonista gracias a la creciente admiración y respeto que genera en su nuevo ayudante

<Tengo dos noticias: una buena y otra mala. La buena es que nos vamos a vivir al campo, a disfrutar de una vida sana.> <¿Y la mala?> <¡Que el emperador me ha dado de plazo hasta mañana para que nos larguemos pitando!> 

Guerra franco-alemana. Un cartel anuncia pomposamente que "Mientras los hombres se matan, Pasteur lucha contra los microbios, el único enemigo de la humanidad". (¡Toma ya!)

Adoctrinando a un Rossignol sobre las bacterias y microbios:
<Son unos bichitos tan pequeñitos, tan pequeñitos… que si se caen del microscopio se matan.>

El interés de Rossignol permanece en la ambigüedad durante buena parte de la narración. ¿Es la medicina las que le impulsa a seguir a Pasteur? ¿El bien común?... O ¿existe quizás alguna razón más poderosa tras la aparente bondad de sus actos?     (<Ayyyy  bribón…>)

La guerra con Prusia arruina a Francia. Los recursos naturales de la nación se agotan. El país está abrumado por la deuda externa, y su ganado diezmado por una epidemia de ántrax. Sólo el distrito de Arbois parece salvarse milagrosamente de la epidemia. ¿Milagrosamente…? No, Pasteur ha seguido trabajando en su ciencia, la microbiología, y está ensayando una vacuna contra la enfermedad. Thiers, el Presidente de la Academia inicia una investigación. La Academia de ciencias envía a la provincia unos observadores hostiles, que dudan de la seriedad científica del método de Pasteur. Se decide poner a prueba los procedimientos del químico, sometiéndolos a un peligroso experimento: se recluyen dos rebaños de ovejas infectadas por el ántrax, permitiendo a Pasteur vacunar a todas las ovejas del segundo rebaño.

Pasteur se disponen a comprobar los resultados del experimento. El primer rebaño yace muerto en un ovejicidio sin precedentes en la historia del cine. (Por fortuna, en los títulos de crédito se nos tranquiliza recordándonos que ninguna oveja sufrió daño alguno durante la realización de la película.)

Y en cuanto al segundo rebaño: <miraa… paicen toas amodorráas… Ahí, espatarrás como si estuvieran… si estuvieran… ¡Amos no me jóda…! ¡¡¡Que están dormías las zagalas, que no hay ningüina muerta>!!!>

<Ayyyyee… ha salvao a mi señora...>

El conflicto se resuelve a favor de Pasteur, con cierto suspense: las ovejas yacen aparentemente muertas. Es un perro con sus ladridos el que despierta a las integrantes del segundo rebaño. El triunfo de Pasteur es incontestable, pero los observadores de la Academia, que reaccionaron al aparente fracaso de Pasteur con un absurdo triunfalismo, siguen manteniéndose esquivos y hostiles. Sólo Charbonnet parece dispuesto a admitir que Pasteur puede tener parte de razón, aunque sigue reticente a sus métodos y mostrándole clara antipatía. Sin apenas pausa, la alegría de los campesinos es cercenada de raíz: un perro rabioso ha mordido a uno de los campesinos, inoculándole la enfermedad. Pasteur decide centrar sus investigaciones en encontrar una cura para este mal.

Entre vacuna y vacuna, Pasteur se prepara una copita de ginebra, para descargar tensiones. ¿¡Se equivocará de frasco!?...

<Pa mí que este tiene la rabia. ¡Ha sido mordido por un perro!>. <Vamos a inyectarle la vacuna a ver qué pasa>.  <¿Y si nos equivocamos…?>. <Nos enfrentaremos a un peligro peor la enfermedad… ¡La guillotina!> (sorprendentemente, este diálogo en broma  es bastante fiel al original.)

Momentos de tension en el hogar de Louis Pasteur:
<Oh, madre, estoy embarazada y mi marido nunca está en casa>.
 <Los médicos, cariño, no tienen horario de oficina. Bien lo sé yo que llevo más de 20 años casada con uno>.  <No, madre. Usted no entiende. ¡Mi marido nunca está en casa!>

La cura contra la rabia centra la segunda mitad del film. La búsqueda del remedio se sugiere por medio de unos efectos de montaje (las botellas se suceden con distinta numeración), planos detalles del instrumental, planos oblicuos de Pasteur y Rossignol mirando a través del telescopio, anotando sus avances en polvorientas agendas, limpiando sus anteojos con cansancio tras otro día de extenuante trabajo… Burlón y escéptico, Charbonnet se inocula una muestra de rabia para demostrar la inutilidad del esfuerzo de Pasteur: ¡él no cree que los microbios puedan causar enfermedades! La inyección resulta ser inofensiva y todo el París científico se ríe de Pasteur. Surgen las primeras dudas: ¿Por qué Charbonnet no cae enfermo?... Puede que las investigaciones de Pasteur sean una majadería. O puede que el virus que se ha inoculado estuviera debilitado y haya actuado como vacuna. Entretanto, una madre acude a la consulta de Pasteur con su hijo enfermo. Pasteur inocula la vacuna en el niño, sabiendo que con ello se arriega a ser acusado de homicidio y sufrir la guillotina. Pero el mal parece remitir en el enfermo, y pronto, tras conocer sus avances contra la rabia, el gobierno zarista envía una docena de campesinos a Francia para ser tratados voluntariamente contra la rabia (fueron mordidos por lobos rabiosos). Pasteur acaba por caer agotado y enfermo. Termina sufriendo un infarto que pone en grave riesgo su vida. Entretanto, su hija (casada con Rossignol) queda embarazada. Pero al momento de dar a luz, su médico no puede comparecer y Pasteur se ve en la obligación de acudir a Charbonnet, cuya reputación está ahora en cuestión tras los últimos acontecimientos. El médico chantajea a Pasteur: si quiere su ayuda, Pasteur deberá escribir una nota de descargo donde confiese que sus investigaciones no pueden ser científicamente corroboradas, y admita la veracidad de las objeciones de la Academia de Ciencias. Pasteur acepta a regañadientes: no es su prestigio lo que le preocupa, sino el avance de sus investigaciones y, especialmente, sus pacientes. Charbonnet acaba por romper la nota y ofrecer su amistad a Pasteur. Su orgullo intelectual le impedía reconocer los logros de su colega, al que consideraba un peligroso petulante, pero la nobleza de carácter de Pasteur se impone. Al concluir el film, Pasteur recibe una condecoración del gobierno ruso y el aplauso unánime de toda la Academia de Ciencias, que gracias al respaldo de Charbonnet ha terminado por aceptar el genio de nuestro protagonista. The End.

Charbonnet parece aún más perverso de lo que pensábamos:  <Es muy sencillo. O me compra este paquete de preferentes o puede irse olvidando de que asista como médico en el parto de su hija.>

Sin confianza alguna en la película, la Warner Bros la estrena sin publicidad en un insignificante cine de Chicago. Las críticas al día siguiente del estreno son entusiastas; se la considera uno de los mejores films del año y se da por hecho que acapare varias nominaciones a los oscars. De forma sorpresiva, la película recauda millones de dólares y alcanza las recaudaciones de las principales superproducciones del estudio: “Anthony Adverse” y “El Capitán Blood”. Se la considera una de las mejores 10 películas del año por el “Film Daily” y el “New York Times”. Mejor película del año por la National Board of Review. Y la Academia de Hollywood la nomina como mejor película, ganando las estatuillas correspondientes a mejor actor, argumento y guión original. Paul Muni obtiene su definitiva consagración en la pantalla. El éxito de la película da origen a un nuevo género: el biopic, que acaban por valer a Dieterle el sobrenombre de “Plutarco de Holywood” (apodo creado por Bosley Crowther). Pese a no acomodarse a las reglas de la taquilla (no hay sexo, idilio o violencia), o quizás precisamente a eso, “La Tragedia de Louis Pasteur” demuestra que una película adulta, honesta, inteligente y con mensaje puede ser también rentable.

El embajador de todas las Rusias condecora con la más alta insignia zarista a Louis Pasteur, que recibe el homenaje de la Academia de Medicina y también el aplauso de sus miembros más reticentes.

El guión del film, pese a sus convenciones narrativas, es un prodigio de ritmo y estructura, una auténtica pieza de relojería donde todas las piezas encajan admirablemente. De hecho, debe ser de las pocas hagiografías cinematográficas que no cae en la tentación de pretender contar tooda la vida del gran hombre, ni sus logros. No se expresan lentamente grandes frases pomposas, dichas con una solemnidad hueca, con las que educar al sufrido espectador. Y al contrario que el segundo biopic de Muni-Dieterle, “La Vida de Emilio Zola” (<aún más pomposa que Pasteur y mucho más falsa>, según un perceptivo Graham Greene), tampoco incurre en el error de diseñar una Francia estereotipada de Reader´s Digest, donde todos los grandes artistas parecen conocerse entre sí y reunirse en los mismos salones con una pedantería infantil habitual en el Hollywood de los grandes estudios. Más que una biografía, la película utiliza efectos de thriller de suspense. Pero en esta ocasión, lo importante no es la identidad del asesino, sino los métodos para desenmascararlo.

La estructura de la película es de una admirable simetría, dedicando el prólogo y epílogo del film a la fiebre puerperal, toda la primera mitad hasta el ecuador del film al ántrax, y la segunda mitad a la cura contra la rabia. Se advierte, junto al anterior esquema en dos actos, otro esquema paralelo en tres actos, que se van sucediendo uno a otro según va apareciendo una nueva amenaza. Pero en estos tres actos, el punto de giro no se centra en la batalla contra la enfermedad, sino en la lucha contra la incomprensión de la comunidad científica. En palabras de Brecht: <Pasteur aparece como un Galileo de la medicina. El conflicto nace aquí de la oposición del héroe a la opinión general, es decir, a la clase dominante>.

Tipológicamente calcado de “El Enemigo del Pueblo” de Ibsen, este héroe se sale de la norma: no es necesariamente simpático, pero su obstinación obliga al respeto. Es un individualista radical, un espíritu independiente, y como tal, implícitamente, un fiador de las libertades democráticas. Un carácter fuerte que puede granjearse la hostilidad de las multitudes. Sin embargo, lo que cuenta no es tanto el retrato psicológico de un personaje fuera de lo corriente, ni el relato fiel de su carrera, ni sus vicisitudes privadas o sentimentales (las únicas que interesaban al cine en ese momento). A partir de este momento, la investigación científica o los logros artísticos se convierten en el asunto propiamente dicho de la película y adquieren, por las reacciones que suscitan, una dimensión política. Se pone el acento principal en la obra, en la nobleza de la ética que la inspira. El hombre mismo es descrito sin énfasis, de forma neutral, sin las trivialidades habituales de Hollywood. Es un idealista cuyas desinteresadas aspiraciones van a menudo en contra del estrepitoso materialismo festejado por el American Way of Life.” (…) Los héroes de las biografía de Dieterle “no buscan el reconocimiento de los méritos por parte del poder establecido, ni lo que eso conlleva del éxito social, sino la victoria de un verdad objetiva”. Tal y como dice Pasteur en un momento del film: <los beneficios de la ciencia no son para los sabios, sino para la humanidad>. “Otra innovación consiste en que el auditorio es directamente interpelado a través de la familia del héroe, un auditorio o un tribunal, y de esta manera se siente responsabilizado. El nuevo lema de la Warner Bros: <Good Pictures for Good Citizens> no solo se dirige hacia una capa de espectadores más exigentes en materia cultural, sino a la conciencia cívica”. (Comentarios extractados de libro “William Dieterle, antifascismo y compromiso romántico” de Hervé Dumont.)

Pasteur, en el Salón de la Academia, se dispone a pronunciar su discurso:
“Y ahora que los tengo a todos frente a mí… permítanme que les diga una cuantas verdades a la cara.”

El emocionante discurso final: “Jóvenes, médicos y estudiantes del futuro, no se dejen contaminar nunca por un escepticismo estéril ni venirse abajo por la tristeza de ciertos días(…) ¡No demuestren envidia hacia sus contrarios pues ninguna teoría científica nunca fue aceptada sin oposición! Vivan en la serenidad de las bibliotecas y laboratorios. Pregúntense primeramente: "¿Recibí una formación suficiente?" Y a media que avancen: "¿Qué es lo que puedo aportar?" Pues un día, tendrán quizás la inmensa alegría de pensar que han contribuido, en cierta manera, al bienestar y progreso de la humanidad.”