viernes, 3 de enero de 2014

POIL DE CAROTTE

PELIRROJO (1932)
Julien Duvivier

“Poil de Carotte”, una producción de Marcel Vandel y Charles Delac para Films Legrand Majestic/ Les Films. Escrita y dirigida por Julien Duvivier , basada en la novela de Jules Renard. Director de Fotografía: Armand Thirard. Montaje:  Marthe Poncin. Música:   Alexander Tansman. Dirección artística: Aguettand y Carré. Interpretada por Harry Baur, Robert Lynen, Catherine Fonteney, Louis Gouthier, Simone Aubry, Colette Segall, Maxime Fromiot, Christiane Dor. Duración 80 ms: ByN

“Pelirrojo” (también conocida en paises hispanos como “Siembra de Dolor”) conoció una versión muda a cargo del mismo director. Una buena película, pero con un enfoque distinto a su versión sonora: mientras esta es naturalista, aquella era enfática y sentimental; mucho más convencional en términos dramáticos.

Considerada por algunos como la obra maestra de Duvivier (que a menudo la recordaba como su film favorito), “Pelirrojo” carece de la perfección de otros títulos del autor. Sus virtudes, que son muchas, no corresponden a cuestiones meramente técnicas o narrativas (hay claro defectos de construcción). Su verdadero valor recae en otros aspectos más indefinidos y sutiles: la atención al detalle, el gesto, la mirada… una labor de dirección artística invisible, que consigue el milagro de mostrar una forma de vida, unas costumbres y un paisaje que ya pertenecían al pasado… la labor de los intérpretes, perfectos en sus respectivos roles, hasta desaparecer en la piel de sus personajes… Una puesta en escena “invisible” que algunos ignoran por lo que es su principal mérito: subordinarse a la historia y la evolución dramática de los caracteres. La aparente fragilidad del film es parte de su encanto. Y lo cierto es que pocos de los que han tenido la suerte de ver esta maravillosa película en pantalla grande han podido olvidarse de ella. Hasta el punto que su retrato de una infancia desgraciada ha influido enormemente en otros títulos posteriores, hoy más (re)conocidos y acaso más perfectos, como “Los Cuatrocientos Golpes” de Truffaut, “L´enfance Nue” de Pialat, “Los Juegos Prohibidos” de René Clement o “Mouchette” de Robert Bresson.
  
Una edición de la colección de relatos de Jules Rénard. El “Poil de Carotte” del libro es un diablillo, mucho más próximo al protagonista de esta versión que al de la película muda.

“Pelirrojo” está basada en una obra autobiográfica de Jules Renard (“Pelo de Zanahoria”, como el apodo que recibe su protagonista), un pequeño clásico de la literatura francesa que Duvivier ya había versionado en un film mudo de 1925 interpretado por Henry Krause. El director no había quedado del todo contento con el resultado, y tras el éxito comercial de “Au Bonheur des Dames” decidió realizar este remake para el que eligió como protagonista a un niño de 11 años sin previa experiencia en la interpretación: Robert Lynen.
  
En verdad, Francois es más rubio que pelirrojo. Pero su madre insiste en verle “rojo”. De ahí su apodo: “Pelo de Zanahoria”.

Lynen encarna a “Pelo de Zanahoria”; también llamado “el pelirrojo” unas veces, y otras como “el idiota”, pero nunca como Francois que es como lo bautizaron. “Pelo de Zanahoria” es el hermano más joven de la familia Lepic; aguanta como puede el egoísmo feroz de sus hermanos, la ausencia de un padre indiferente y distante, y el evidente desprecio de una madre cruel que acaso le identifica con éste, al que también ignora.

No todo el mundo tiene la suerte de ser huérfano”.
La familia de Francois: su hermano Félix es un ladronzuelo, estúpido y cruel; su hermana Ernestine, consentida, caprichosa y egoísta; y su madre… ay, su madre…

…Su madre es una bruja que constantemente le reprende por su rebeldía. Ni siquiera le llama por su nombre, sino por el apodo de “Pelo de zanahoria” atendiendo al color de su pelo: el estigma que pone en evidencia su “pecado”: una probable infidelidad matrimonial (que en la película ni siquiera se sugiere). El fruto tardío de una vida conyugal inexistente.  

El único amigo del joven Lynnen es una joven campesina, Matilde, varios años menor que él, que le sirve de compañera de juegos y con la que llega a unirse metafóricamente en una tierna parodia de boda, de evidentes tintes “disneyanos”; quizás el único momento de verdadera felicidad que ha disfrutado en su corta vida.

Matilde a Francois: “Ya que nos vamos a casar, te puedo besar. (…) ¡Qué gracioso! Cuando te hago eso, la piel se pone roja.” 

El “Padrino” organiza su cortejo de bodas. Toca la zanfona y canta:
“Hoy se casa un chico del pueblo... / Repican las campanas/ y suena la gaita/ La novia no es rica,/ pero es encantadora./ Eso es lo único que pide su pretendiente….”
  
La boda.

Cuando Francois es apartado de su única amiga, sintiéndose condenado a vivir una vida mediocre y sin amor, negros pensamientos le asaltan, hasta llegar a convencerse que sólo queda una única salida a su dolor : ¡matarse!

“Nunca nos casaremos... porque voy a matarme.”

Sólo la tardía comprensión de su padre consigue abrir una brecha de esperanza en Francois. Monsieur Lepic se enfrenta a sus miedos (“pensaba que ella también te había apartado de mí”) y decide aceptar a este hijo triste y solitario, en el que adivina un vínculo más fuerte que la sangre: unos sentimientos comunes…  el dolor que supone permanecer encerrado en una familia sin amor, podrida por la amargura y la miseria… un matrimonio enfermo, mezquino, apenas alimentado por la hipocresía social y la tiranía de las “buenas” costumbres.

“¿Te sorprende…? ¿Que uno sufra cuando no sabe hacerse querer?”

Robert Lynen, que murió prematuramente durante la Segunda Guerra Mundial, al ser apresado por la Gestapo, que lo acusó de colaboracionista, ofrece una interpretación sentida y muy moderna en su concepción: Pelo de Zanahoria rehúsa ser un mártir, reacciona a menudo con virulencia, y se comporta como un rebelde. No es desde luego un personaje pasivo y sufriente, sino que persigue denodadamente poder sentirse querido y llegar a formar parte de una familia “de verdad”.

¡Perra vida! Francois acaricia a Minos, durante uno de sus raros momentos de tranquilidad. “Cuanto más calla el Sr. Lepic  más habla mi madre con todo el mundo. Con el Sr. Lepic, que no le contesta. Con mi hermano Félix, que contesta cuando le da la gana. Conmigo, que contesto
cuando quiere ella. ¡Y con el perro, que mueve el rabo!”

La madre es interpretada con terrorífica eficacia por Catherine Fontenay, que ya había trabajado para Duvivier en la notable “David Golder” (donde interpretaba a otro personaje despreciable de esposa-madre junto a Harry Baur, que interpretaba a David Golder, el usurero judío que agoniza omitiendo señalar a su familia dónde guarda el resto de su fortuna). La Fontenay ha sido acusada a menudo de ser demasiado teatral, pero entiendo que (al igual que en “Tiburón” de Spielberg) la distinta formación de los tres actores protagonistas ayuda enormemente a su rápida caracterización, y sus escenas juntos poseen una rara fuerza; como si sus distintos estilos dramáticos, una vez confrontados, sirvieran de desencadenante al conflicto latente del subtexto dramático.

La filmografía de Duvivier abunda en su retrato de madres monstruosas ("David Golder" , "Un Carnet de Bal", "Voici le Temps des assassins", "Boulevard"; "Le Diable et Les Dix Commandements"…), pero Mme. Lepic no es un mero arquetipo, y tiene sus dudas y remordimientos. ¡Ella también es una víctima de las convenciones sociales!
  
El padre protagonista es Harry Baur, que también murió desgraciadamente en la Segunda Guerra Mundial, represaliado por su condición de judío. Uno de los grandes actores del cine clásico francés en una época de grandes intérpretes (Michel Simon, Jules Berry, Jean Gabin, Raimú, el genial Louis Jouvet…), de una humanidad desbordante y expresiva que mostró en títulos como “Les Miserables”, “Mollinard” o “El Asesinato de Papá Noel”. 

Monsieur Lepic prefiere disfrutar del tiempo apacible de la campiña francesa, y no tener que respirar la atmósfera enviciada de su hogar.

Los tres protagonistas, reunidos en el comedor. ¡Oh, la familia!...  "La familia  es la reunión obligada, bajo el mismo techo, de varias personas que no se soportan”. (Extracto de una redacción que escribe Francois en el colegio.)

El final feliz, nada habitual en el director, une finalmente a padre e hijo, que pueden hablar sinceramente de persona a persona. “Ahora somos dos”, concluye Pelo de Zanahoria. Un final más comedido y sutil que el que escribió Renard en su novela, donde olvida transitoriamente el punto de vista subjetivo de la narración para dirigirse indirectamente al lector, anunciándole que en el futuro habrá reconfortantes sorpresas para el protagonista.

Un final ¿feliz?... Al menos, la promesa de un futuro para el Pelirrojo, ahora y para siempre “Francois”, quien por fin ha encontrado a un padre.
(La última palabra que pronuncia en la película es un conmovedor: “Mi papá…”.)

Hablando del libro, la película posee una progresión narrativa de la que aquél carece. Duvivier incluyó fragmentos y escenas extrapoladas de otro libro de Renard (“La Bigotes”) para desarrollar la vida familiar de los Lepic. Dos escenas brillantes a destacar en la narración:
  
La criada, Annete, se compadece del protagonista. Pero se niega a creer en su inocencia.

- En la primera, “Pelo de Zanahoria” está jugando en un arroyo cuando la criada de la familia, Annete, viene a recogerle; su madre le quiere en casa. Mientras conducen de vuelta, Francois contempla en el camino escenas bucólicas de familias felices, con padres e hijos jugando y riendo. Encorajinado y rabioso se pone de pie sobre el pestante y azota a los caballos con furia. El carruaje parece a punto de desbocarse, los caballos aceleran más y más, mientras Annette intenta infructuosamente quitarle la fusta a Francois. Este exclama desesperado: “NADIE ME AMARÁ NUNCA ASÍ”, dando un nuevo latigazo a sus monturas. “NADIE ME AMARÁ NUNCA” grita con la voz rota, ante una Annette asustada, que le ruega frenar el paso.  “NADIE ME QUIERE”, llora como el niño que es, mientras Annette se hace con las riendas.

 
“No se deben tener  niños cuando uno es  incapaz de quererlos.”


- La segunda gran escena, quizás aquella por la que la película es más recordada, tiene lugar hacia el final: el padre entre en el granero, avisado de que su hijo va a intentar suicidarse. Si hasta ese momento Lepic se había venido mostrando como un hombre enérgico pero completamente apático en lo que respecta a su familia (Madame Lepic agota a cualquiera), súbitamente le vemos romper la máscara de esfinge con la que oculta (o protege) su vulnerabilidad: Lepic es un fracasado, que siente su matrimonio como una prisión, y que por demasiado tiempo ha considerado a sus hijos como carceleros. “¡QUÍTATE LA SOGA!”, ordena a Francois impostando la voz. “¡NO! ¡NO! ¡NO!”, grita Francois. “¡QUÍTATELA!” insiste con un evidente temblor en la voz. “¡QUIERO MORIR!”, replica "Pelo de Zanahoria" una y otra vez. Cuando el padre abraza al hijo para evitar el ahorcamiento, sentimos que es la primera vez que abraza a su hijo; su momento de mayor intimidad.  Apesadumbrado, apenas acierta a susurrarle: “¿Por qué?” (inolvidable ¨Por quoi ca?¨ en su versión original). “¿Por qué?”…
  
Mathilde, sin saber el significado exacto de lo que cuenta, comenta con el “padrino” la decisión fatal del pelirrojo...

…¡Morir ahorcado en el granero!

 ¿Llegará el señor Lepic a tiempo de salvarle?...

Una confesión: “Naciste demasiado tarde. Entre tu madre y yo ya no había nada”. Y una reflexión final: “Tendríamos que poder elegir a nuestra familia: a los que queremos y a los que nos quieren”
.
Aparte de estas dos escenas, de la magnífica fotografía de Armand Thirard (visible sólo en la copia recientemente restaurada del film) y más alla de la perfección técnica de las imágenes tan habitual en el cine de Duvivier, la película se recuerda por algunas de sus imágenes costumbristas, ajenas al devenir de los acontecimiento: los chicos jugando a los saltos de rana, una canción tocada con bandoneón por uno de los campesinos (“el padrino”), las imágenes de fiestas, las elecciones, la cosecha… que ayudan a proporcionar al film su fuerte sabor costumbrista, y que son mostradas sin ninguna ostentación, con una sencillez carente de afectación.

Otro momento mágico: Francois se enfrenta en pleno sueño a sus propios demonios ¡y pierde!
“Estarás siempre solo. Siempre.”(…)  “ Te haría falta ser valiente durante un minuto y después se acabaría todo.”

Quizás esta sea la virtud que hace destacar “El pelirrojo” dentro de la filmografía del director. Tal y como se evidencia del contraste entre esta película y su anterior versión muda, “El pelirrojo” es una obra en la que Duvivier ha decidido conscientemente subordinar la técnica a la emoción, despojándose de todo rasgo de estilo para alcanzar la autenticidad. Es quizás el único momento en que este cineasta ejemplar demuestra ser mucho más que un gran artesano de su oficio, sino también un auténtico poeta.
  
<Por favor, Señor, haz que alguna distribuidora de video  en condiciones edite de una puñetera vez una copia restaurada de esta película en España.>


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