domingo, 17 de noviembre de 2013

QUICK MILLIONS

QUICK MILLIONS (1931)
Rowland Brown


“Quick Millions”.  Una producción de William Fox para Fox films Corporation. 
Director: Rowland Brown. Dirección de fotografía: Joseph H. August. Guión Rowland Brown, Courtney Perrett, John Wray (Historia: Rowland Brown, Courtney Perrett). Intérpretes: Spencer Tracy, Marguerite Churchill, Sally Eilers, Bob Burns, John Wray, Warner Richmond, George Raft, John swor, Leon Ames.B/N. Duración 72 min.


Rowland Brown es uno de los cineastas malditos de los años 30. Realizó tres películas en apenas tres años: Quick Millions, Hell´s Highway y Blood Money, todas ellas inscritas en el género negro, pero muy diferentes a otras películas de este periodo. Como señala Manuel Cintra Ferreira (de la Cinemateca Portuguesa) “la letra coincide, pero la música es otra”. Estas tres películas son desconcertantes, explícitas, carentes de moralina y socialmente comprometidas. Brown fue periodista en sus inicios (como Samuel Fuller, otro francotirador) y su obra es directa, desinhibida, con una fuerte carga política. La naturaleza subversiva de su obra se manifiesta incluso en los años del Precódigo (caracterizados por un erotismo y una violencia explícita que tardaría más de veinte años en volver a materializarse en las pantallas), tratando cuestiones tabú, como la homosexualidad o los prejuicios raciales. Dentro del sistema de estudios, fuertemente codificado, del Hollywood de los años 30, Rowland Brown era algo peor que un librepensador; era una AMENAZA.

Esta producción de la RKO fue hasta finales de los setenta la única película de Brown que se mantenía en difusión. La obra de este director maldito apenas es mencionada en las “historias del cine” (con excepción de la editorial Sarpe) y únicamente el entusiasmo de unos pocos realizadores ha permitido su divulgación y reconocimiento.

Siguiendo a Bertrand Tavernier, en sus inicios en Hollywood, Rowland Brown escribió varios guiones: entre ellos “Doorway to Hell”, dirigida por un buen artesano de la Warner Bros, Archie L. Mayo e inspirada en la vida de Al Capone, y “Points West” de Arthur Rosson. Al parecer, las interferencias del estudio en el guión (principalmente en la primera de las películas mentadas, donde hacía una feroz crítica del capitalismo salvaje que equiparaba al gangsterismo) le impulsaron a hacerse director. Su primera película, “Quick Millions”, que pasaremos seguidamente a comentar con mayor rigor, llamó la atención por su dureza, la sequedad del tono, el realismo de sus situaciones y su renuncia a cualquier atisbo de psicologismo o coartada moral que justifique a sus personajes.  La segunda película “Hell´s Highway” retrataba la dura vida de los reclusos en un penal con aún mayor sequedad de estilo; Martin Scorsese la considera como el mejor ejemplo de las películas carcelarias que proliferaron en esta época (por delante de “La prisión”, “Veinte mil años en Sing-Sing”, e incluso “Soy un Fugitivo”), porque es la única que parece hacer abstracción del elemento narrativo para centrarse en el contexto: “Hell´s Highway” es una película de denuncia, treinta años antes de que este término fuera acuñado. La tercera, “Blood Money” es un entretenimiento frenético de serie B, a mayor gloria de su estrella George Bancroft (que ya iniciaba su rápida decadencia); y se caracteriza por hacer uso de unos diálogos acerados y una mayor fluidez narrativa. Fue incluida por Danny Peary dentro de su libro “Cult Movies” y llegó a ser ciertamente popular en círculos minoritarios a finales de los 70, por el tono abierto con que retrataba la ninfomanía y el sadomasoquismo de una de sus protagonistas (la espectacular Francis Dee).

“El crimen organizado es sólo... apropiarse de lo que otros tienen. De un modo simpático."
  
La historia de “Quick Millions” adopta la forma de uno de esos apólogos morales propios de la literatura del S.XIX para contarnos el ascenso y la caída en desgracia de Bugs Raymond, un arribista sin escrúpulos que en poco más de 10 minutos de metraje pasa en rápida sucesión de  trabajar como camionero, a matón (ofreciendo su protección a pequeños comerciantes), sindicalista y asesor de uno de los principales dirigentes del sindicato de camioneros. Un lapso de cinco años, a través de una sucesión de matrículas de coche de diversos periodos, nos conduce al momento en que Buck se ha consolidado como ascendente figura del hampa, y en posición ventajosa de chantajear a las fuerzas vivas de la ciudad a fin de mantener su status quo. Tal y como en un momento determinado admite “Sólo soy un tipo con algo de inteligencia. Demasiado nervioso para robar, demasiado vago para trabajar. Pienso en lugar de los demás y hago que les guste. Me doy cuenta que los seres humanos tienen sus debilidades”. Bugs no es ningún chico airado salido de las alcantarillas; tampoco un asesino rabioso, impelido por un trauma de infancia o con una personalidad patológica. Es tan sólo un pícaro, que no duda en utilizar la amenaza como forma de vida, ni en servirse de la violencia para escalar en sociedad. “No eres más listo que los demás. Solo has tenido más suerte”, le dice su novia. Y aunque él siempre ha sido consciente de sus limitaciones (“llegará otro más listo y se quedará con el negocio”), su presunción le hace olvidar sus orígenes y descuidar el trato con sus socios y subordinados, propiciando su inexorable caída.

En este lento proceso de autodestrucción, que se prolonga durante más de cuarenta minutos de los apenas sesenta que dura el film, tienen una especial importancia la doble relación de Bugs con su socio Nails y con Dorothy (Marquerite Churchill) la joven de la que se ha encaprichado y hermana de un importante contratista inmobiliario, que vienen a simbolizar el status social al que aspira Bugs para investirse de una legitimidad aparente. Aunque Dorothy en modo alguno rechaza sus intentos de hacerle la corte, ya desde su primera cita muestra una clara incomodidad. En su segunda oportunidad en pantalla, su hermano la advierte: “(Raymond) es una persona que no nos conviene contrariar”. En una tercera ocasión, la joven no duda ingenuamente en tachar a Bugs de “parásito”; lo que éste admite con sinceridad, pues no ve nada malo en su filosofía de progreso. Las discrepancias que separan a ambos personajes se advierten mejor en su siguiente escena juntos, durante las carreras de caballos. Bugs cambia la apuesta de Dorothy por otro caballo sobre el que ha recibido un chivatazo; creyendo haber perdido, ella muestra su decepción… que Bugs intenta cambiar dándole el dinero ganado con la apuesta. Ella se niega a aceptar el dinero (“entonces, ¿las carreras no son sino otro timo más?”).  a lo que él responde con un encogimiento de hombros. Son dos formas de entender el mundo que coloca a ambos en extremos opuestos, sin posibilidad alguna de comunicación. El chico listo es incapaz de entender a una persona “con principios”.
“El sueño de todo pistolero. Tener una cobertura legal”

La relación de Bugs con su socio Nails (Warner Richmond) es menos explícita, pero igual de contundente y aún más reveladora. En su primera escena juntos, Nails es el heredero de la mayor compañía de distribución de alimentos de la ciudad, con más de 200 camiones en sus cocheras. Bugs, que a fin de cuentas no es más que “donnadie” pendenciero a sueldo del primero, le ofrece con todo desparpajo la posibilidad de hacerse socios. “Si yo controlo... digo, nosotros...”, rectifica ante la mirada inquisitiva de Nails, que no parece ser una persona que pueda ser intimidada fácilmente. Su vanidad infantil se pone en evidencia, y en sucesivas escenas vemos cómo se deja arrastrar por la presunción, provocando el rencor callado de Nails, que parece barruntar su eliminación una vez se ha visto dejado de lado por su socio. Una segunda visión de la película evidencia esta idea: es Nails quien decide provocar el caos en el sector lechero para ganarse el apoyo del resto de pistoleros del gang; es él quien seduce al lugarteniente de Bugs para hacer un “trabajito extra” (el asesinato del fiscal del distrito) y quien da el chivatazo, a través de uno de sus hombres, para provocar su eliminación y dejar a Bugs sin apoyos. En un momento concreto, de una crudeza descarnada, Nails intenta seducir a la antigua chica de su socio, su botín de batalla, mientras le sugiere con sarcasmo: “Sólo juego mis fichas cuando estoy seguro de ganar”.

Fiel al principio “una idea por plano”, la película muestra el desarrollo de esta particular revancha en cada escena que Spencer Tracy y Warner Richmond comparten en pantalla. De hecho, en toda la película apenas si existen momentos de respiro que den aire a la trama. Bugs está condenado desde antes incluso de ascender en la escala social y la película muestra este proceso y sus relaciones con el resto de los personajes con una precisión nada habitual. El desarrollo de “Quick Millions” es seco, directo, sin concesiones… apenas salpicado por dos disgresiones: el baile de Lefty (George Raft, que interpreta al lugarteniente de Bugs) y una divertida escena musical, con un coro de gansters tocando la guitarra y cantando, antes de embarcarse en un aparente secuestro. En ambos casos, se advierte un mismo objetivo: por un lado, proporcionar un momento de respiro a las escasos escenas de violencia explícita del film (que es muy directo y violento, pero no tanto por la exuberancia gráfica de la violencia como por la frialdad con la que retrata el origen de esa violencia); por otro, cada una de estas escenas antecede los dos momentos claves del film: el asesinato del fiscal de distrito y la consiguiente ejecución de Lefty, y finalmente, la propia eliminación de Bugs a manos de sus esbirros, en apenas tres tomas de una concisión escalofriante (“Quita el codo de mis costillas”. “Eso no es mi codo”. El chófer baja la cortina que le separa del asiento trasero. Se escuchan dos disparos. FIN).  

“(Vamos a la ópera) Apuesto a que seremos los mejores vestidos. La gente va allí para eso.”
“Creía que iban a oír música.” “Ésos están en la platea.”

Aunque el cine de Rowland Brown suele destacar por el ingenio y la acidez de sus diálogos ("¿Cuál es la diferencia entre las leyes hechas por los abogados para otros abogados y las hechas por los hampones para otros hampones?"), todas sus películas muestran detalles de talento visual, adoptando encuadres insólitos (la muerte del fiscal, que vemos a ras de suelo, apenas vislumbrando los zapatos de los actores) y manteniendo, al igual que W. Wellman, las escenas de violencia en off (la muerte de Lefty, o cuando Bugs se enfada con su chica, celosa por la atracción que este muestra hacia Dorothy, la cámara sale de la oficina siguiendo a un tercer personaje, y cuando vuelve sobre sus pasos, contemplamos a la chica en el suelo, tras haber recibió una bofetada de “su hombre”). En contrapartida, las transiciones son bruscas, y las elipsis algo redundantes y enfáticas (como la escena referida de las matrículas sobreimpresas en pantalla), como si no acabaran de confiar en que el público las entendiese. En suma, “Quick Millions” es como un diamante en bruto, con las aristas sin perfilar y repleto de impurezas, como tantas y tantas películas de este periodo; pero no son esos los valores que la hacen destacar en el panorama del cine de gangsters de la Warner Bros, sino la vehemencia y honestidad de su propuesta. Dentro de la industria del entretenimiento de Hollywood, esta película muestra, en palabras de Nyxnet (en un post realizado en colaboración con Piakito Bishop, droid y click Ford para Divxclásico): “Una concepción completamente intelectual de la idea del poder y la forma de conquistarlo.” La carrera frustrada de Rowland Brown, que apenas si pudo escribir media docena de guiones tras “Blood Money”, es una de las grandes pérdidas del cine americano: un autor que contaba verdades como puños y que parecía querer transmitirlas también a puñetazos; un “autor” en todo el sentido de la palabra (escritor y director diez años antes que Sturges o Wilder), con las agallas suficientes para imponer su propia visión de la vida en la pantalla… siempre que no le echaran del rodaje. Un tipo “con agallas”, vamos, que decidió dejar de lado el negocio antes que transigir con la mediocridad reinante. 

Rowland Brown con Spencer Tracy, en un momento del rodaje:
“¡Esos ricachones saben cómo organizar buenas bodas!”
“Sí, pero nosotros tenemos mejores funerales.”